Ámbitos y
contenidos de la política
3 de junio de 2018
La política no es sólo lo
institucional y también existe la calle, la movilización y organización social,
tan vilipendiada por el pensamiento hegemónico en los medios
de comunicación. Dicen que de nada sirve y nada se logra; sin embargo, con las
movilizaciones de diciembre se paró temporalmente la reforma laboral y las
protestas contra las tarifas instalaron el tema socialmente y afectaron los
consensos políticos que indujeron el camino a la reelección de Macri, hoy
dudosa.
Por Julio Gambina.
El Senado de la Nación argentina
transformó en Ley un proyecto aprobado en la Cámara de Diputados para
retrotraer las tarifas a los valores de fines del 2017. Inmediatamente a la
resolución y antes de que se publicitara en el Boletín Oficial, el Presidente
Mauricio Macri vetó la nueva legislación.
Todo sigue como estaba antes del
debate, con un cronograma de incremento de tarifas de servicios públicos
privatizados para beneficio de empresarios que saludaron la decisión
presidencial. Sostiene una nota que “Los dueños argentinos del servicio público
de electricidad obtuvieron ganancias en 2017, primer año pleno de tarifazo, por
11.300 millones de pesos, esto es, casi mil millones de pesos por mes”[1]
Más allá del contenido de la Ley, el
episodio evidencia a las claras el funcionamiento de la política institucional
en el país. Es más, lo acontecido era previsible. Se esperaba ese resultado de
aprobación en el Congreso, más allá de los cabildeos, dimes y dirites; como
también sabíamos sobre la voluntad anticipada de vetar desde el Poder
Ejecutivo.
Hasta podemos pensar en el “juego de la
política”, donde algunos hacen de opositores (no todos) y legislan para la
tribuna (jerga futbolera) y la disputa del consenso electoral, sin aspiraciones
que sus propuestas se transformen en normas de aplicación real. Otros lo hacen
como oficialistas, manifestando respeto republicano por el diálogo y el debate,
pero a la hora de los bifes imponen la lógica del veto.
Ambas conductas son expresión de la
política real y el derecho constitucional que los asiste, no del “fracaso de la
política” como sostienen algunos comentaristas. Es la política realmente
existente, y que a veces muestra la cara de la impunidad de aquellos que juegan
con los sentimientos y necesidades de sus votantes (vale para opositores y
oficialistas).
Insistamos que aludimos a una conducta
de mayoría en la oposición, de aquellos que votaron, por ejemplo, el nuevo
endeudamiento a comienzos del 2016 para cancelar deudas con fondos buitres, o
que le dieron aire a la gestión gubernamental de Mauricio Macri por más de dos
años. Algunos, muy pocos, a la izquierda del arco político, asumen con
responsabilidad su papel de tribunos populares en el Congreso para la denuncia
del sistema tal y como es.
Es cierto que en este juego de la
política ya no se considera un camino resuelto la reelección de la Gestión Macri en
2019 y varios se prueban para disputar el sillón de Rivadavia. Encuestas
existen en cantidades y conversaciones informales sobran para pensar en quien
mide mejor en las consultas, claro que nadie alude a “proyectos” y solo se
imaginan el lugar del gobierno de lo que existe.
La política también se juega en la
calle y en la organización de la sociedad. ¿Es posible construir desde allí
otro orden o política?
Pero la política no es solo lo
institucional y también existe la calle, la movilización y organización social,
tan vilipendiada por el pensamiento hegemónico en los medios
de comunicación.
Dicen que de nada sirve y nada se
logra, sin embargo, con las movilizaciones de diciembre se paró temporalmente
la reforma laboral y las protestas contra las tarifas instalaron el tema
socialmente y afectaron los consensos políticos que indujeron el camino a la
reelección, hoy dudosa.
No solo en Buenos Aires es visible la
dinámica social en conflicto y ni siquiera solo en las grandes ciudades de
provincia, sino que crecientemente la protesta se federaliza en un proceso de
ida y vuelta entre la metrópoli y el interior.
Las reivindicaciones parciales sumadas
constituyen todo un programa alternativo, que es posible si se lograra la
unidad de acción y política de la diversidad movilizada. Aludimos a un proyecto
político que parece ausente para pensar en términos alternativos a la hegemonía
en curso.
Entre las demandas más escuchadas de
estos días figuran las relativas al pan, el techo y el trabajo, expresión de
las necesidades insatisfechas de la mayoría empobrecida.
Todo podría reducirse a Tierra y
Trabajo, o si se quiere a Naturaleza y Trabajo. Desde que existe la Economía Política
se conoce que la Tierra es la madre y el Trabajo el padre de los valores, de la producción. Podemos
mirar a nuestro entorno y verificar que todo es producto de la naturaleza y del
trabajo, pero claro, al mismo tiempo sabemos de la imposibilidad del disfrute
social de una producción apropiada desigualmente en función de los ingresos de
cada uno.
Muy pocas personas de altos ingresos
concentran el consumo de la producción social generada por cuantiosos
colectivos de trabajo humano, a muchos de los cuales se les niega su disfrute.
Aunque no lo sepan algunos energúmenos
del pensamiento dominante, la producción es social y la apropiación es privada,
de pocos. Es el orden capitalista el que así define las reglas del
funcionamiento de la sociedad, de lo que resulta la desigualdad en el disfrute
del producto social y no solo en el país.
Por eso insistimos en que las demandas
y reivindicaciones por derechos diversos de la mayoría que protesta pueden
constituirse en programa para una política alternativa.
Rápidamente muchos me contestaran que
no hay dinero para satisfacer ese conjunto de peticiones, lo que merece dos
respuestas, una de ellas remite a modificaciones urgentes de emergencia y la
otra alude al orden civilizatorio y por ende son estructurales.
Emergencia y más allá
La emergencia supone una respuesta
inmediata, la que remite a no aceptar las cosas tal y como son ahora.
El ajuste no necesariamente debiera ser
para los de abajo. Siempre se pueden suspender los pagos de deuda para una
investigación a fondo sobre el endeudamiento público, con indicación de
responsables y beneficiarios; como que el IVA puede dejar de ser el principal
tributo en una recaudación fiscal regresiva que podría orientarse a las grandes
fortunas y ganancias; tanto como eliminar exenciones impositivas, tal el caso
de los jueces.
Así podría generarse un excedente fiscal
para gestionar desde un Estado que promueva otra política, sustentada en la
satisfacción de las amplias necesidades sociales. También puede pensarse en
otra distribución del ingreso, que podría modificarse hacia porcentajes más
equilibrados, los que alguna vez fueron del 50% para trabajadores y
empresarios. Seria parte de una reestructuración progresiva de las relaciones
entre el capital y el trabajo.
En otro plano se puede discutir
teóricamente el fetiche del dinero, ya que todo pareciera reducirse a que se
necesitan inversores para encaminar el proceso productivo.
Se trata de una concepción errónea que
olvida lo ya dicho relativo a la madre y al padre de la producción. No es
el dinero el que crea valor o producción, sino que es la articulación entre Naturaleza
y Trabajo, que en el proceso histórico de la ampliación del mercado capitalista
encumbraron como fetiche al dinero, sea en la forma Oro , Libra
Esterlina o Dólar.
El dinero no es capital en si mismo y
sólo se transforma en capital en el proceso productivo que articula medios de producción y fuerza de trabajo, que
podemos reducir a Naturaleza y Trabajo.
Romper este fetiche cultural supone
pensar más allá del orden del capital e imaginar formas sociales de
organización de la producción y la sociedad, apuntadas a satisfacer necesidades
ampliadas sin subordinación a la obtención de ganancias y acumulación de
riquezas de algunos individuos o sociedades comerciales.
La protesta se generaliza y se
profundiza, ya no solo por reivindicaciones concretas, sino que se agiganta con
demandas contra el tarifazo, otras asociadas a la devaluación o al aumento de
los combustibles, todos los cuales auguran una inflación que anualizada supera
la del 2017. A
eso debe sumarse la crítica a las negociaciones con el FMI, con el resultado
esperado de ajuste para los de abajo.
El Ministro Nicolás Dujovne ya anunció
un parate de 30.000 millones de pesos en obra pública, y ahora adiciona ajustes
superiores a 20.000 millones de pesos para la disminución del gasto público,
sin nuevos contratos en el Estado nacional hasta el fin del mandato de Macri.
Por donde se observe eso supone menos
empleo y obra pública y resignación de derechos ante la merma de personal en
áreas sociales estratégicas, casos de la salud o la educación.
Al ajuste y su impacto recesivo hay que
adicionarle entonces el problema de la inflación, con subas de tarifas, de las
divisas vía tipo de cambio (el dólar está ya a 25,50) o del aumento de los
combustibles (vía impuestos, ya que están en tregua por 60 días entre petroleras
y gobierno).
Es un cuadro que agudiza los problemas
de los sectores de menores ingresos y por eso suenan las voces que exigen paro
nacional y continuidad de un plan de acción para modificar la política
económica y el modelo productivo y de desarrollo.
Ir a fondo en la crítica
Ya no alcanza con discutir las tarifas,
sino el modelo energético, por ejemplo. Entre otras cuestiones, se trata de
discutir el para qué y para quién de la energía; el cómo producirla y
distribuirla.
No se trata sólo de tarifas, sino de
modificar la asignación de insumos energéticos hoy demandados por la mega
minería a cielo abierto, o del complejo oleaginoso de producción y exportación,
de soja y derivados; pero también de exceso del parque automotor que afecta y
deteriora el modelo urbano de vida.
Se trata de un desafío civilizatorio
que incluye el papel de la ciencia y la tecnología, que entre otras cuestiones
incluye el proyecto educativo y dentro de este el de las Universidades
públicas, vilipendiadas por los dichos de la gobernadora bonaerense.
A un siglo de la reforma universitaria
bien vale pensar, ayer como hoy, como
la lucha de los excluidos abre las puertas de la Universidad Pública
para discutir la funcionalidad de la enseñanza superior a un proyecto de país
que privilegie la satisfacción de necesidades sociales.
En definitiva, se necesita ir a fondo
en la crítica de la realidad y sustentar como posible todo aquello que hoy
constituye la demanda insatisfecha de la sociedad de abajo.
No sólo se trata de convencer de ello
al conjunto de la sociedad, sino y muy especialmente a quienes ubicados en la
crítica al modelo de dominación descreen de las posibilidades reales de otra
forma de organización económica de la sociedad más allá del capitalismo.
Claro que no es simple, tal como lo
demuestran las experiencias de cambio y revolución social gestadas desde hace
un siglo, pero ese es el proyecto y el desafío.
[1] Martín Granovsky. Los muchachos de
Aranguren. Página12, domingo 3/06/2018 (consultado 3/06/2018).
Foto: Javier Valente –
14/12/2017
Fuente: http://www.anred.org/?p=96968
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