martes, 29 de mayo de 2018

II. Situémonos en: “la necesidad urgente de establecer una red de científicos, con concepciones más respetuosas de la complejidad y con capacidad de interpelar a las empresas y las comunidades científicas que sostienen y promueven los OGM, denunciando las limitaciones de la tecnociencia biotecnológica, discutiendo, refutando y develando las falacias simplificadoras y reduccionistas que pretenden formar un corpus “teórico y científico” de la tecnología de manipulación genética, con el fin inconfeso de reemplazar la naturaleza a medida de las grandes corporaciones y gobiernos y blindar los procesos de apropiación por despojo del territorio y su gente a cualquier precio, incluso la muerte por exterminio”.

Declaración Latinoamericana por una Ciencia Digna – Por la prohibición de los transgénicos en Latinoamérica

18 de junio de 2014

(...)
La obediencia epistémica en la ciencia en la colonialidad extractivista.
En el origen, el problema estuvo en el cientificismo positivista como parte del modelo colonial europeo. Ni aquel, ni la actual tecnociencia productivista del neoliberalismo, son alternativas válidas para los pueblos proveedores de recursos. Ahí aparece claramente el desafío de lograr poner al conocimiento científico al servicio de la armonía necesaria entre las necesidades -no hablamos de demandas producidas por el consumo indiscriminado- de la sociedad y la naturaleza, que encause la curiosidad y la búsqueda que dinamiza la ciencia, hacia una verdadera función social.
El sometimiento científico se agrava cuando el fundamento científico que impulsan las empresas fabricantes y comercializadoras de organismos genéticamente modificados (OGM) es una ciencia anacrónica y con un valor de verdad cada vez más cuestionable y cuestionado entre y desde amplios sectores de la propia comunidad científica. Esta mirada anacrónica, todavía hegemónica, ha encontrado en el reduccionismo biológico y el absolutismo genocéntrico de los científicos, su principal sostén. Estos comienzan con la concepción de los mecanismos de herencia imperantes desde fines del siglo XIX, impuestos por la genética mendeliana, que promovieron -junto al neodarwinismo- en un gran relato, la llamada “síntesis moderna” (y que redujo la teoría de la evolución a la selección natural al buscar sus bases en la genética de Mendel). Esta síntesis, hija de la eugenesia galtoniana y de las escuelas de higiene racial anteriores a la 2da Guerra Mundial, tuvo su clímax y sentido epistémico cuando dio lugar al desarrollo de la biología molecular que comenzó con la estructura tridimensional de los ácidos nucleicos en 1953 por James Watson y Francis Crick y su interpretación plasmada en el concepto mecanicista del “Dogma Central de la Biología Molecular” postulado en 1970 por Francis Crick.
Esta mirada puso al gen en el centro del flujo de la información, condicionando a la biología evolutiva y del desarrollo de los organismos e ignorando la compleja interacción existente de la filogenia y ontogenia con el medio ambiente. Esta es la visión que dominó la escena, no inocentemente, y que desde hace años ha venido siendo interpelada cada vez con mayor fuerza. En verdad esta visión es parte de una concepción en línea con el marco positivista de origen europeo.
La complejidad es ignorada en la explicación biológica actual, refleja la tendencia a la clasificación, al aislamiento, y a la manipulación de los genes concebidos como unidades ontológicas. Esto no solo es una teoría biológica general errónea, sino que afecta a la comprensión de la naturaleza y se convierten en un instrumento. Un instrumento alineado con la necesidad, cada vez más imperiosa, de controlar y manipular la naturaleza habilitando específicas aplicaciones en la tecnología que salen de los procesos fisiológicos ontogénicos y filogénicos. En efecto, la falla de la teoría general no es una equivocación, sino que se produce en una relación compleja con los intereses industriales concentrados y hegemónicos que han encontrado en esa falla una oportunidad de negocios para fortalecer el error por necesidad y sometiendo a la propia ciencia. Si el reduccionismo es un instrumento de una mirada civilizatoria -una manera de mirar la naturaleza no armoniosa y apropiante-, la fijación de esa mirada y su deriva tecnológica estalla cuando ella abandona los laboratorios y se convierte en un instrumento de los intereses propios de los procesos industriales concentrados.
Es durante esta última etapa donde los movimientos tectónicos en el plano teórico-experimental interpelan al reduccionismo y comienzan a incorporar conceptos como complejidad, incertidumbre, plasticidad y especialmente considerar al organismo indivisible. Una historia en un medio ambiente dado. Así confronta con el determinismo eugenésico que inauguró esta saga en la segunda década del siglo XIX. Lo anterior produjo un acelerado conjunto de conocimientos que abrieron mundos complejos, poco comprendidos, conceptos de herencia no mendeliana y de la biología evolutiva que evocanmecanismos lamarckianos, la fluidez del genoma y el entrelazamiento de nuevos e impredecibles mecanismos regulatorios cuyas combinatorias determinan los fenotipos, entre otros, que sorpresivamente hicieron caer el mundo estructurado alrededor de la prevalencia ontológica del gen. Lejos de retirarse, el pensamiento reduccionista actual pretende descargar en los mecanismos moleculares de células, tejidos, sistemas y organismos para manipularlos y convertir el mundo de lo vivo en una fábrica de productos comerciales.
No sabemos si esta ciencia podrá, algún día, aun con su limitación epistemológica, desarmar las partes de los organismos vivos y comprender el todo complejo que ellos representan. Pero más allá de esta cuestión es necesario notar que la discusión entre los enfoques biológicos “clásicos” y alternativos, reduccionistas y no reduccionistas, no son ingenuos. Éstos imponen la necesidad de abrir la discusión sobre lo que sabemos y no sabemos antes de desparramar OGM en el planeta. La discusión sobre las bases de la incertidumbre, predictibilidad de los fenómenos biológicos, es tan importante que los científicos deberían ser guardianes de aquella sobre todo al momento de aplicar estos conocimientos en “procesos industriales de escala” ya que habilita la manipulación de la complejidad natural encerrada en el núcleo de una célula o en un organismo. Por eso la manipulación genética es solo una tecnología y afirmamos que hoy no tiene una base científica sólida por lo que constituye un peligro para el equilibrio natural y la diversidad biológica y por lo tanto para el proceso evolutivo cuando ésta se aplica en la naturaleza.
Por lo tanto, si somos honestos debemos admitir que estamos obligados a revisar los encuadres científicos tenidos por ciertos en el mundo del agronegocio. Es indudable hoy que el mecanismo de transmisión de caracteres hereditarios no puede ceñirse a la concepción de un flujo simple y unidireccional de información que va de los ácidos nucleicos a las proteínas; tampoco puede ser considerado como mecanismo universal y único. Es por lo tanto insostenible, ya que existen complejidades en la transmisión de la información y mecanismos de herencia no-genética que interpelan la predictibilidad y seguridad biológica que tanto pregona la tecnología transgénica.
En verdad los genes concebidos como unidades únicas y fundamentales de trasmisión de herencia han servido, en manos de fuerzas obscurantistas y retardatarias y en manos de comunidades científicas al servicio del status quo, para la elaboración de teorías y planteamientos pseudocientíficos que tienen sin duda un claro carácter racista, sexista y clasista. Esta misma concepción reduccionista del funcionamiento biológico, hoy en día es usada como parte del cuerpo teórico de los intereses de las grandes compañías transnacionales fabricantes de OGM que sostienen que es inocuo y predecible el comportamiento de la planta transgénica al insertársele genes de otros organismos para inducir una característica fenotípica, como por ejemplo la resistencia a un herbicida, o la producción de un insecticida, sin consecuencias indeseables.
Esto supone que los organismos y los ecosistemas estuvieran separados y no como en la realidad sucede, profundamente interpenetrados en espacio-tiempo evolutivo. Por ejemplo, la “invención del maíz” por los pueblos originarios a partir de la domesticación del teocintle necesitó el tiempo que exigió la propia incertidumbre evolutiva de la naturaleza. Ese es el tiempo que precisamente ha sido violado por la tecnología transgénica, creando nuevas pero falsas variedades de las especies que introducidas en el medio natural configuran cuerpos extraños. Los OGM controlan la evolución de las especies comprimiendo el tiempo evolutivo con la manipulación de laboratorio a imagen de las necesidades de las grandes empresas creando nuevas especies. Lejos, muy lejos, supera la omnipotencia de Jurassic Park.
La transgénesis es un legítimo procedimiento experimental que nunca debió salir del laboratorio para ser introducido en el medio natural. Afirmar que el comportamiento de los OGM puede ser predecible en el medio natural es ocultar el conocimiento biológico que alerta sobre la complejidad del comportamiento de los sistemas. No se ha considerado que la inserción de transgenes en organismos como el maíz, el trigo o el arroz puede disparar una dinámica incontrolable de dispersión de éstos en poblaciones silvestres, algo no deseable para ninguna especie por los efectos impredecibles que pueden tardar muchas generaciones en manifestarse, debido a la existencia de genes silenciados y regulaciones biológicas aún desconocidas. Cuando se desestabiliza una especie siempre hay repercusiones sobre las otras especies, tanto vegetales como animales, debido a los vasos comunicantes existentes en los ecosistemas.
Además, la posibilidad y el ritmo de la contaminación resultante de su implantación en la naturaleza aumenta con los años, décadas y aún siglos y puede llegar a crear una naturaleza diseñada en laboratorios que nada tiene que ver con el alimento que los pueblos necesitan. Todas con efectos irreversibles.
Los agrovenenos no se están yendo como prometieron las empresas.
El análisis de las evidencias experimentales dan cuenta de las consecuencias de la contaminación genética entre los OGM y sus variedades naturales (entre el 50 y 70% en Oaxaca, México), del efecto de los OGM sobre otras especies, cambios en los ecosistemas y el riesgo evolutivo por el impacto sobre la diversidad de especies usadas, muestran la perversión de un modelo que apela a todos los mecanismos para forzar al agricultor a abandonar sus prácticas tradicionales y ponerlo en indefensión y violación de sus derechos, en un acto de violencia intencional inmoral e inaceptable. Además, la evidencia del alto contenido de residuos acumulados de plaguicidas usados en el cultivo (como el glifosato), son de consecuencias impredecibles respecto de trastornos endocrinos, abortos, malformaciones y cáncer con evidencias crecientes y abundantes en la bibliografía científica independiente disponible.
Ante la demostración, cada vez más inquietante del impacto ambiental sobre el suelo, la flora y la fauna de los agroquímicos ligados indisolublemente al paquete tecnológico transgénico, se agregan los efectos indeseados sobre la salud de la población, a la creciente evidencia que desafía fuertemente el concepto de la equivalencia de los alimentos OGM (“equivalencia substancial”) y más recientemente, la creciente percepción de las limitaciones del propio procedimiento tecnológico. Como si fuera poco, ahora se asoma una sombra aún más ominosa, a saber, el potencial agravamiento de la situación en los países productores de maíz, con la llegada al mercado de las nuevas semillas, donde se «apilan» modificaciones genéticas que suman nuevos tipos de herbicidas para compensar el progresivo fracaso de los transgénicos resistentes al glifosato, por la aparición de tolerancias en plantas adventicias y el descenso del rendimiento por agotamiento de los suelos, entre otros; además de aumentar los riesgos por el crecimiento exponencial del uso de agroquímicos sintéticos necesarios para lograr la “efectividad” de esta tecnología.
Lo rudimentario de sus procedimientos ya señalados, la baja seguridad y estabilidad biológica de los transgénicos, la imposibilidad de controlar la transmisión horizontal espontánea de genes que se observan con las variedades originarias previstas por las empresas o planificadas como forma de penetración de los OGM, demuestran que el pregonado “progreso” voceado por la biotecnología que soporta el modelo de producción de alimentos a escala industrial, no es más que una falacia. Otra falacia habitual que usa es el slogan “con esta tecnología vamos a solucionar el hambre mundo”. Las Naciones Unidas calcularon que invirtiendo US$ 50 millardos por año hasta el 2015 se podrían alimentar y aliviar las zonas más calientes del planeta. En el salvataje de los bancos durante la crisis europea se gastaron 100 veces más. Sin palabras.
Estas tensiones modelan un mercado internacional cuyos rumbos futuros son inciertos, pero al mismo tiempo reclaman, ante el peligro de esta embestida neocolonial, un urgente y postergado debate sobre la autonomía en los países periféricos ante la prepotencia de las corporaciones y sus gobiernos en América.Latina.(...)

No hay comentarios:

Publicar un comentario