martes, 29 de mayo de 2018

I. Situémonos en: “la necesidad urgente de establecer una red de científicos, con concepciones más respetuosas de la complejidad y con capacidad de interpelar a las empresas y las comunidades científicas que sostienen y promueven los OGM, denunciando las limitaciones de la tecnociencia biotecnológica, discutiendo, refutando y develando las falacias simplificadoras y reduccionistas que pretenden formar un corpus “teórico y científico” de la tecnología de manipulación genética, con el fin inconfeso de reemplazar la naturaleza a medida de las grandes corporaciones y gobiernos y blindar los procesos de apropiación por despojo del territorio y su gente a cualquier precio, incluso la muerte por exterminio”.

Declaración Latinoamericana por una Ciencia Digna – Por la prohibición de los transgénicos en Latinoamérica

18 de junio de 2014
“En la coyuntura actual, el debate se ha extendido al rol y el desarrollo de una ciencia cada vez más dependiente de los poderes hegemónicos, violando el derecho a una ciencia autónoma para beneficio directo de la sociedad que la produce. En ese contexto los cultivos transgénicos, son vehículos diseñados, no para alimentar al mundo, sino para la apropiación sistemática e instrumental de la naturaleza; y sin duda un instrumento estratégico de control territorial, político y cultural, de una nueva etapa neocolonial que impone tecnologías que satisfagan la nueva fase de acumulación en la organización global del capitalismo.”
Compartimos con orgullo el documento que el Dr. Andrés Carrasco nos ha dejado como inciativa para la constitución de la Unión de Científicos comprometidos con la Sociedad (UCCS) de América Latina y que fue leido ayer en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Rosario en el Homenaje que se le rindió. De esta manera quedó además instituido el 16 de junio como Día de la Ciencia Digna.
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El modelo de agronegocios y el control territorial
La apropiación por despojo de tierras y territorios debe ser vista en el marco de un diseño geopolítico extendido a lo largo y ancho de América Latina y que forma parte de un Proyecto de dominación y control de la producción de alimentos mediante la diseminación legal e ilegal, de semillas genéticamente modificadas o transgénicas. Este diseño intenta imponer a los países productores un modelo común de aprobación, comercialización y propiedad intelectual de las semillas, modos de producción y tenencia y uso de la tierra, modificación de las leyes de las naciones latinoamericanas, africanas y asiáticas, derogando así la soberanía y seguridad alimentarias de nuestros pueblos. Este modelo ha convertido en mercancía los alimentos y otros bienes comunes, ocasionando un exterminio genocida de los pueblos saqueados. La imposición de los modelos extractivistas impide, además, profundizar las democracias de los pueblos, fragilizando así sus lazos comunitarios al forzarlos a entregar sus riquezas a través de la apropiación por despojo del territorio, de sus actividades productivas y de su cultura.
El modelo extractivista, es una pieza fundamental del modelo neocolonial de apropiación por despojo. Es imposible entenderlo sino a través de un fuerte protagonismo de una tecnología amañada y con fundamentos científicos frágiles en concepción. Este modelo es una construcción política que se pretende imponer desde algunos gobiernos corruptos asociados a las transnacionales, que se extiende a gran parte de Latinoamérica como un mecanismo de saqueo de los bienes comunes y de la identidad cultural. Lo anterior se ha constituido en una verdadera guerra sostenida con base en tecnologías de alto impacto y difícil reversión que devastan nuestros territorios utilizándolos como campos experimentales, concentrando y transnacionalizando de esta manera la propiedad.
¿Es la ciencia cada vez más autónoma?
En la coyuntura actual, el debate se ha extendido al rol y el desarrollo de una ciencia cada vez más dependiente de los poderes hegemónicos, violando el derecho a una ciencia autónoma para beneficio directo de la sociedad que la produce.
En ese contexto los cultivos transgénicos, son vehículos diseñados, no para alimentar al mundo, sino para la apropiación sistemática e instrumental de la naturaleza; y sin duda un instrumento estratégico de control territorial, político y cultural, de una nueva etapa neocolonial que impone tecnologías que satisfagan la nueva fase de acumulación en la organización global del capitalismo que necesita la sustitución de los modos tradicionales de mejoramiento agrícola por métodos antinaturales.
Los resultados están a la vista a la hora de analizar la eficacia resultante de la imposición de este sistema agrícola industrializado y nefasto que incluye la deforestación y el fracaso en sus promesas sobre la inocuidad y preservación de las semillas nativas. Como vemos, es el resultado de una tecnología que nunca debió haber salido del ámbito experimental. Una verdadera arma de guerra.
Seria de esperar que ninguna nación democrática y soberana sometiera su desarrollo intelectual, tecnológico y científico a los intereses de un sector particular y minoritario, sea este nacional o internacional. Los pueblos latinoamericanos tienen el derecho irrenunciable a desarrollar una ciencia transparente, autónoma y que sirva a sus intereses. Para ello esa ciencia deberá comprometerse con honestidad, teniendo en cuenta que de no hacerlo así, puede violar su compromiso con la verdad, para formar parte de la legitimación que todo desarrollo tecnológico dominante requiere como instrumento de control y colonialismo.
En esto existe desde hace ya largo tiempo, una dimensión de ciencia epistémica que interpela su autonomía absoluta, neutralidad y universalidad, desde donde se debe encarar la tarea científica como un servicio desde un “lugar situado” en la sociedad (no el “mercado”), teniendo en cuenta sus intereses y necesidades.
La fragilidad científica de la biotecnología “moderna”
No pocos biólogos moleculares y sus primos los biotecnólogos suelen incurrir, con ímpetu, en gruesos errores conceptuales que hacen que la ciencia no pase por su mejor momento de la percepción social. La relación entre la industria y los medios de comunicación colectiva expresan descripciones periodísticas sobre los avances “humanitarios” de los organismos genéticamente modificados (OGM). En estos se proponen los cultivos transgénicos para erradicar del continente africano “décadas de desesperación económica y social” (National Post Canada). Artículos como éste aparecen dispersos en las secciones científicas de una gran mayoría de medios escritos (New York Times, Time, Toronto Globe, The Guardian, The Economist, Slate, New Scientist, Forbes y cientos de otros). El manantial de las buenas noticias en biotecnología se limita a un número muy limitado y cuestionado de proyectos con OGM:vacunas comestiblesyuca biofortificada, arroz dorado, y una batata resistente a un virus, como verdaderas ofensivas mediáticas. Las bases científicas de estos anuncios son débiles o inexistentes y se sustentan invariablemente en investigaciones preliminares o no publicadas, o que ya han fracasado. Lo anterior exhibe el fracaso de una prensa científica por cumplir con los requisitos de un periodismo riguroso y escéptico. La industria de los OGM se ha aprovechado de esto para proyectar una imagen de sí misma como éticainnovadora y esencial para un futuro sostenible, que en realidad no tiene relación alguna con la realidad. Pero además, muestra que la agroindustria tampoco se somete a la evaluación formal de los resultados que sustentan sus promesas.
De igual manera, otras imposturas y excesos más específicos, han ido erosionando la percepción social de la ciencia como sistema explicativo del mundo. Veamos:
1) Los transgénicos, desde sus inicios en el ojo de la tormenta, nos vuelven a traer esa extraña y cada vez más transparente relación funcional del pensamiento biológico reduccionista con la ideología que preside la hegemonía neoliberal en esta etapa. Existe la necesidad de instalar un relato legitimador desde la ciencia que desmienta sus efectos negativos en la naturaleza, que sostenga la equivalencia entre alimentos naturales y los transgénicos, que los defina como nuevas variedades, y descarte el acecho de sus impactos negativos en la naturaleza y en los profundos cambios futuros de la estructura geopolítica cultural de los pueblos. Para cerrar ese relato, los defensores de los OGM denominan a todos aquellos que defienden el Principio de Precaución del impacto tecnológico, como “ambientalistas anticientíficos”. En realidad definir sin fundamentos y desde el podio político quien tiene un pensamiento científico o anticientífico, es un signo de dogmatismo cerril que paradójicamente interpela la propia seriedad del juicio de quién lo emite. Decir que el “ambiente interactúa con el gen” es insuficiente. No se desmarca del determinismo clásico y no incluye interpelación alguna a la concepción reduccionista en biología. Sigue siendo una idea mecanicista que ignora el concepto de fluidez del genoma en el cual los genes pierden su definición ontológica y pasan a ser parte de una complejidad relacional que desafía toda linealidad jerárquica para reemplazarla por una red funcional compleja que recién empezamos a vislumbrar después de 20 años de lanzada la idea del “genoma fluido”.
2) Este sector “científico” defiende la manipulación genética de los organismos asumiendo que los OGM tienen los mismos comportamientos cuando son liberados en la naturaleza a aquellos observados en el laboratorio. Las afirmaciones infundadas de que los OGM “son naturales” y que “son nuevas variedades”, parten de asumir que la técnica experimental empleada es precisa, segura y predecible, lo que vuelve a ser un grueso error y un desconocimiento de las teorías básicas y elementales de la biología moderna. En esa concepción están ausentes el rol del tiempo en la génesis de la diversidad y la valoración de los mecanismos naturales que la sostienen. Hay que reconocer que, en el proceso evolutivo como mejoramiento de las especies, la reproducción sexual y la recombinación del material genético son los mecanismos biológicos y ambientales que regulan la fisiología del genoma, y por ende, los que generan la diversidad. Por eso empeñarse en insistir que los procedimientos usuales de domesticación y mejoramiento de especies alimentarias pueden equipararse con las técnicas de alteración genética de organismos por diseño (OGM) planteadas por la industria, es una idea reduccionista inaceptable. Decir que el mejoramiento realizado por el hombre durante 10.000 años en la agricultura y la modificación por diseño en un laboratorio son exactamente lo mismo expresa la pretensión de olvidar que la cultura agrícola humana ha respetado esos mecanismos naturales, que se basa en la selección de nuevas variedades de poblaciones originadas por entrecruzamiento al encontrar el fenotipo adecuado. Este mejoramiento no es consecuencia del simple cambio de la secuencia, incorporación o perdida de genes, sino la consolidación de un ajuste del funcionamiento del genoma como un todo y que hace a la variedad útil y predecible (por eso es una variedad nueva). Este ajuste puede involucrar genes asociados a una o varias características fenotípicas diferentes pero cada vez más acompañados por muchos “ajuste fluidos” de carácter epigenético y que en su mayoría desconocemos. De lo anterior se desprende que una nueva variedad representa una mejora integral del fenotipo para una condición determinada donde seguramente todo el genoma fue afectado con un ajuste fisiológico de su “fluidez”. En este marco conceptual un gen o un conjunto de genes introducidos en un embrión vegetal o animal en un laboratorio, no respetan, por definición, las condiciones naturales de los procesos de mejoramiento o la evolución de los organismos; por el contrario, más bien violan procesos biológicos con procedimientos rudimentarios, peligrosos y de consecuencias inciertas que mezclan material genético de las plantas con el de distintas especies (vegetales y animales).
La transgénesis altera directa o indirectamente el estado funcional de todo el genoma como lo demuestra la labilidad de respuesta fenotípica de un mismo genotipo frente al medio ambiente. En la ignorancia de la complejidad biológica (hoy hablamos de desarrollo embrionario, evolución y ecología como un sistema inseparable) se percibe la presencia de un insumo esencial: la dimensión ontológica del gen. No reconsiderar este concepto clásico del gen como unidad fundamental del genoma rígido concebido como un “mecano”, una máquina predecible a partir de la secuencia (clasificación) de los genes y sus productos que pueden ser manipulados sin consecuencias, expresa el fracaso y la crisis teórica del pensamiento reduccionista de 200 años, largamente interpelado por Steven Rose, Stephen Jay Gould, Richard Lewontin, Eva Jablonka, Mae Wan Hoo, Terje Travick, entre otros. Lo anterior hace ver también la imposibilidad, en términos científicos y epistemológicos, de poder considerar a los OGM como variedades naturales, en tanto que son cuerpos extraños que intervienen en el mundo natural alterando la evolución biológica de manera impredecible. Para algunos, la capacidad de poder manipular el genoma se ha transformado en el deseo de la omnipotencia.
Debería recordarse que la complejidad no es un capricho de la naturaleza, sino una configuración integral de ésta y que, en ese sentido, desarmar a la naturaleza “para su comprensión” es cada vez más insuficiente. Lo ilógico aquí es pretender hacer desde esta limitación un cierre virtuoso de una tecnología que nació para comprender limitados procesos a nivel molecular para poder expandirlos en la propia naturaleza sin criterios creíbles ni predecibles. El proceso de generación de organismos, repetimos, es inasible, pero podemos estudiarlo. Alterar un organismo con un pedazo de ADN propio o ajeno no es fisiológico. Lo único que detiene a la naturaleza de mayores desastres es no romper con la posibilidad de mecanismos que aminoren desastres para su reproducción y permanencia.
3) Los científicos defensores de los transgénicos atraviesan en esta etapa, que los expone afuera del laboratorio, con la ansiedad de no perder protagonismo. La necesidad de legitimar la tecnología se transforma en una pulsión, anticientífica y dogmática. Más aun, la afirmación de que el problema no está en la técnica sino en su uso, es doblemente preocupante porque además de no ver el pensamiento reduccionista que los preside, oculta la creciente subordinación y fusión de la ciencia con el poder económico revalidando las bases cientificistas productivistas y tecnocéntricas que emanan del neoliberalismo en su versión actual. La legitimación recurre a la simplista idea de que la tecnología por ser neutra y universal representa siempre progreso. Y que si algo falla es debido a la intromisión de un impredecible Dr. No que la va usar mal y que cualquier posible daño derivado de ésta será remediado en el futuro por otra “tecnología mejor” o por el ingenuo argumento de la regulación del Estado, aunque sepamos que éste es socio promotor de los intereses que controlan el “desarrollo científico” en nuestros países. Prefieren desconocer que estas tecnologías son productos sociales no inocentes, diseñadas para ser funcionales a cosmovisiones hegemónicas que le son demandadas por el sistema capitalista. Decir que los problemas “no tienen que ver con la tecnología transgénica” y que los que se oponen “están minando las bases de la ciencia” es parte de la predica, “divulgación” y diatriba contra cualquiera que sostenga lo contrario. No hay nada más anticientífico que recortar o ignorar la historia de la evidencia científica, y asignarse a sí mismos la función de ser la pata legitimadora que provee la “ciencia” actual a la apropiación por despojo de la acumulación precapitalista que sufren nuestros pueblos en estos tiempos. El círculo se cierra al ocultar el condicionamiento y cooptación de instituciones como las universidades públicas y el sistema científico por las fuerzas económicas y políticas que operan en la sociedad. Logran así el mérito de ser la parte dominada de la hegemonía dominante. Quienes así piensan y actúan nos quieren hacer creer que todo es técnico, disfrazando la ideología de ciencia, al suplantarla por una “ciencia” limitada y sin reflexión critica. De esta manera se abstraen de las relaciones de fuerza en el seno de la sociedad, poniendo ésta al servicio del poder dominante. Mientras tanto, en el colmo de su omnipotencia auguran catástrofes de todo tipo si la sociedad no asume con reverencia que este es el único camino posible para alcanzar el “progreso”. El planeta es para ellos infinito y los ecologistas unos retrógrados. Mientras tanto éstos disfrutan del momento actual, aceptando “participar” del diseño del mundo y de la sociedad futura. Son parte del poder. ¿Qué se les puede pedir? ¿Honestidad en sus dichos? Son los expertos que burocráticamente diseñan, consciente o inconscientemente, el mal y banalizan la ciencia.

4) El alarde desmedido que muestra la actual falla epistemológica del pensamiento científico crítico en el marco del análisis de las teorías actuales, así como el “avance tecnológico”, incursionan en la naturaleza aplicando procedimientos inciertos que simplifican la complejidad de los fenómenos biológicos para “vender certeza” y proponer, por ejemplo, desde el sector privado y acompañados por el entusiasmo de importante investigadores, la transformación de la naturaleza en una “factoría” de productos, donde las plantas serían sustitutas de procesos industriales. Una verdadera naturaleza artificial adecuada y necesaria para los grandes negocios. Hay en todos estos discursos mucha ambición, soberbia, una pobre comprensión de la complejidad biológica y, por supuesto, poca ciencia. Hay grandes negocios y un enorme relato legitimador que los científicos honestos no podrán evitar interpelar, aunque las empresas transnacionales compren todas las editoriales de revistas científicas o bloqueen las publicaciones y voces que interpelan el sentido de la ciencia neoliberal-productivista. La ciencia, su sentido del para qué, para quién y hacia dónde, están en crisis y nosotros en la patria grande no podemos fingir demencia si queremos sobrevivir soberanamente. (...)

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