El colonialismo
insidioso
5 de abril de 2018
Por
Boaventura de Sousa Santos
Página/12
Hemos sido tan socializados en la idea de
que las luchas de liberación anticolonial del siglo XX pusieron fin al
colonialismo, que casi resulta una herejía pensar que al final el colonialismo
no acabó, sino que apenas cambió de forma o ropaje.
Para Marielle Franco, in memoriam
El término alemán zeitgeist se utiliza actualmente en diferentes
lenguas para designar el clima cultural, intelectual y moral de una determinada
época, literalmente, el espíritu del tiempo, el conjunto de ideas y creencias
que componen la especificidad de un periodo histórico. En la Edad Moderna , dada la
persistencia de la idea del progreso, una de las mayores dificultades para
captar el espíritu de una determinada época reside en identificar las
continuidades con respecto a épocas anteriores, casi siempre disfrazadas de
discontinuidades, innovaciones y rupturas.
Para complicar aún más el análisis, lo que
permanece de períodos anteriores siempre se metamorfosea en algo que
simultáneamente lo denuncia y disimula y, por eso, permanece siempre como algo
diferente de lo que fue, sin dejar de ser lo mismo. Las categorías que usamos
para caracterizar una determinada época son demasiado toscas para captar esta
complejidad, porque ellas mismas forman parte del mismo espíritu del tiempo que
supuestamente deben caracterizar desde fuera. Corren siempre el riesgo de ser
anacrónicas, por el peso de la inercia, o utópicas, por la ligereza de la
anticipación.
Vengo defendiendo que vivimos en sociedades capitalistas,
coloniales y patriarcales, en referencia a los tres principales modos de
dominación de la modernidad occidental: el capitalismo, el colonialismo y el
patriarcado o, más precisamente, el heteropatriarcado. Ninguna de estas
categorías es tan controvertida entre los movimientos sociales y la comunidad
científica como la de colonialismo. Hemos sido tan socializados en la idea de
que las luchas de liberación anticolonial del siglo XX pusieron fin al
colonialismo, que casi resulta una herejía pensar que al final el colonialismo
no acabó, sino que apenas cambió de forma o ropaje. Nuestra dificultad radica
sobre todo en nombrar adecuadamente este complejo proceso de continuidad y
cambio. Es cierto que los analistas y los políticos más perspicaces de los
últimos 50 años tuvieron la aguda percepción de esta complejidad, pero sus
voces no fueron lo suficientemente fuertes como para cuestionar la idea convencional
de que el colonialismo propiamente dicho acabara, con la excepción de algunos
pocos casos, siendo los más dramáticos posiblemente el Sáhara Occidental, la
colonia hispano-marroquí que continúa subyugando al pueblo saharaui, así como
la ocupación de Palestina por Israel. Entre esas voces cabe destacar la del
gran sociólogo mexicano Pablo González Casanova con su concepto de
“colonialismo interno” para caracterizar la permanencia de estructuras de poder
colonial en las sociedades que emergieron en el siglo XIX de las luchas de
independencia de las antiguas colonias americanas de España.
Y también la voz del gran líder africano Kwame
Nkrumah, primer presidente de la República de Ghana, con su concepto de
“neocolonialismo” para caracterizar el dominio que las antiguas potencias
coloniales seguían ejerciendo sobre sus antiguas colonias, convertidas en
países supuestamente independientes. Una reflexión más profunda sobre los
últimos 60 años me lleva a concluir que lo que casi terminó con los procesos de
independencia del siglo XX fue una forma específica de colonialismo, y no el
colonialismo como modo de dominación. La forma que casi terminó fue lo que se
puede designar como colonialismo histórico, caracterizado por la ocupación
territorial extranjera. Sin embargo, el modo de dominación colonial continuó
bajo otras formas. Si las consideramos de esta forma, el colonialismo es tal
vez hoy tan vigente y violento como en el pasado.
Para justificar esta afirmación es necesario
especificar en qué consiste el colonialismo como forma de dominación.
El colonialismo es todo aquel modo de dominación
basado en la degradación ontológica de las poblaciones dominadas por razones
etnorraciales. A las poblaciones y a los cuerpos racializados no se les reconoce
la misma dignidad humana que se atribuye a quienes los dominan. Son poblaciones
y cuerpos que, a pesar de todas las declaraciones universales de los derechos
humanos, son existencialmente considerados como subhumanos, seres inferiores en
la escala del ser. Sus vidas tienen poco valor para quien los oprime, siendo,
por tanto, fácilmente desechables. Originalmente se los concibió como parte del
paisaje de las tierras “descubiertas” por los conquistadores, tierras que, a
pesar de ser habitadas por poblaciones indígenas desde tiempos inmemoriales,
fueron consideradas como tierras de nadie, terra nullius. También se
consideraron como objetos de propiedad individual, de los que la esclavitud es
prueba histórica. Y hoy continúan siendo poblaciones y cuerpos víctimas del
racismo, de la xenofobia, de la expulsión de sus tierras para abrir el camino a
los megaproyectos mineros y agroindustriales y a la especulación inmobiliaria,
de la violencia policial y las milicias paramilitares, del trabajo esclavo
llamado eufemísticamente “trabajo análogo al trabajo esclavo” para satisfacer
la hipocresía biempensante de las relaciones internacionales, de la conversión
de sus comunidades de ríos cristalinos y bosques idílicos en infiernos tóxicos
de degradación ambiental. Viven en zonas de sacrificio, en todo momento en
riesgo de convertirse en zonas de no ser.
Las nuevas formas de colonialismo son más insidiosas porque se
producen en el núcleo de relaciones sociales, económicas y políticas dominadas
por las ideologías del antirracismo, de los derechos humanos universales, de la
igualdad de todos ante la ley, de la no discriminación, de la igual dignidad de
los hijos e hijas de cualquier dios o diosa. El colonialismo insidioso es
gaseoso y evanescente, tan invasivo como evasivo, en suma, astuto. Pero ni así
engaña o aminora el sufrimiento de quienes son sus víctimas en la vida
cotidiana. Florece en apartheids sociales no institucionales, aunque
sistemáticos. Sucede tanto en las calles como en las casas, en las prisiones y
en las universidades, en los supermercados y en las estaciones de policía. Se
disfraza fácilmente de otras formas de dominación tales como diferencias de
clase y de sexo o sexualidad, incluso siendo siempre un componente de ellas.
Verdaderamente, el colonialismo insidioso solo es captable en close-ups,
instantáneas del día a día. En algunas de ellas surge como nostalgia del
colonialismo, como si fuese una especie en extinción que debe ser protegida y
multiplicada. He aquí algunas de tales instantáneas.
Primera instantánea: Uno de los últimos números de 2017 de la respetable
revista científica Third World
Quarterly, dedicada a los estudios poscoloniales, incluía un artículo de
autoría de Bruce Gilley, de la Universidad Estatal de Portland, titulado “En
defensa del colonialismo”. Este el resumen del artículo: “En los últimos cien
años, el colonialismo occidental ha sido muy maltratado. Ha llegado la hora de
rebatir esta ortodoxia. Considerando de manera realista los respectivos
conceptos, el colonialismo occidental fue, en regla, tanto objetivamente
benéfico como subjetivamente legítimo en la mayor parte de los lugares donde
ocurrió. En general, los países que abrazaron su herencia colonial tuvieron más
éxito que aquellos que la
despreciaron. La ideología anticolonial impuso graves perjuicios
a los pueblos sujetos a ella. Y continúa impidiendo, en muchos lugares, un
desarrollo sustentado y un encuentro productivo con la modernidad. Hay
tres formas en las que estados fallidos de nuestro tiempo pueden recuperar hoy
el colonialismo: reclamando modos de gobernanza colonial, recolonizando algunas
áreas y creando nuevas colonias occidentales”.
El artículo causó una indignación general y
quince miembros del consejo editorial de la revista dimitieron. La presión fue
tan grande que el autor terminó por retirar el artículo de la versión
electrónica de la revista, aunque permaneció en la versión impresa. ¿Fue una
señal de los tiempos? Al final, el artículo fue sujeto a revisión anónima por
pares. La controversia mostró que la defensa del colonialismo estaba lejos de
ser un acto aislado de un autor desvariado.
Segunda instantánea: Wall Street Journal del 22 de marzo pasado publicó un reportaje titulado: “La
búsqueda de semen norteamericano se disparó en Brasil”. Según la periodista, la
importación de semen norteamericano por mujeres solteras y parejas lésbicas
brasileñas ricas aumentó extraordinariamente en los últimos siete años y los
perfiles de los donantes seleccionados muestran la preferencia por bebés
blancos y con ojos azules. Y añade: “La preferencia por donantes blancos
refleja una persistente preocupación por la raza en un país en que la clase
social y el color de piel coinciden con gran rigor. Más del 50 por ciento de
los brasileños son negros o mestizos, una herencia resultante del hecho que Brasil
importó diez veces más esclavos africanos que los Estados Unidos; y fue el
último país en abolir la esclavitud, en 1888. Los descendientes de colonos y
migrantes blancos –muchos de los cuales fueron atraídos al Brasil a fines del
siglo XIX y principio del siglo XX, cuando las élites de gobierno buscaban
explícitamente ‘blanquear’ a la población– controlan la mayor parte del poder
político y de la riqueza del país. En una sociedad tan racialmente dividida,
tener descendencia de piel clara es visto muchas veces como un modo de brindar
a los niños mejores perspectivas, sea un salario más elevado o un tratamiento
policial más justo”.
Tercera instantánea: El 24 de marzo pasado, el diario más influyente de
Sudáfrica, Mail &
Guardian, publicó un
reportaje titulado “Genocidio blanco: cómo la gran mentira se propagó en los
Estados Unidos y otros países”. Según el periodista, “los Suidlanders (foto),
un grupo sudafricano de extrema derecha, han venido estableciendo contacto con
otros grupos extremistas en Estados Unidos y en Australia, fabricando una
teoría de conspiración sobre el genocidio blanco, con el objetivo de conseguir
apoyo internacional para los sudafricanos blancos. El grupo, que se
autodescribe como ‘una iniciativa-plan de emergencia’ para preparar una minoría
sudafricana de cristian os
protestantes para una supuesta revolución violenta, se ha relacionado con
varios grupos extremistas (alt-right) y sus influyentes contactos mediáticos en
Estados Unidos para instalar una oposición global a la alegada persecución de
blancos en África del Sur. La semana pasada, el ministro australiano de Asuntos
Internos dijo al Daily
Telegraph que estaba
considerando la otorgación de visas rápidas para agricultores sudafricanos
blancos, los cuales –argüía el ministro– necesitaban “huir de circunstancias
atroces” para “un país civilizado”. Según el ministro, tales agricultores
“merecen atención especial” debido a la ocupación de tierras y la violencia…
Estos agricultores sudafricanos blancos también han recibido atención en
Europa, donde políticos de extrema derecha con contactos en la extrema derecha
estadounidense han solicitado al Parlamento Europeo que intervenga en Africa
del Sur. Agentes políticos contra los refugiados en el Reino Unido están
igualmente ligados a la causa”.
La gran trampa del colonialismo insidioso es
dar la impresión de un regreso, cuando en realidad lo que “regresa” nunca dejó
de existir.
Boaventura de Sousa Santos: Doctor en Sociología del Derecho.
Profesor de las universidades de Coimbra (Portugal) y de Winsconsin-Madison
(EE.UU.).
Traducción: Antoni Aguiló y José Luis Exeni
Rodríguez.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=239903
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