martes, 31 de octubre de 2017

I. Analicemos cómo el capitalismo y sus partidos de estados subsumen a los pueblos a malvivir.

La crisis de España y la Constitución de Antequera de 1883
La independencia de Andalucía 
como acto revolucionario
31 de octubre de 2017

Por Iñaki Gil de San Vicente (Rebelión)

Nota: Ponencia presentada a las III Jornadas por la Constitución Andaluza organizadas por Nación Andaluza, sobre la actualidad de la Constitución de Antequera de 1883, celebradas en la ciudad de Granada el 28 y 29 de octubre de 2017.

1.      Presentación
2.      Lenin nos ayuda un poco
3.      El contexto de Antequera
4.      La Constitucion de Antequera
5.      Los nacional demócratas

1. Presentación
El pasado 25 de julio, día nacional de Galiza, se conoció el Manifiesto Internacional de Compostela. Hemos dicho en otro texto –La crisis de España como marco de acumulación del capital, 31 de agosto de 2017– que el Manifiesto era tanto la culminación de un proceso de acercamiento y debate internacionalista como la apertura de otro proceso que se considera imprescindible ante la crisis de España como marco de acumulación de capital. Decíamos en esa ponencia que no estamos ante la llamada «crisis del régimen del 78» sino ante una nueva crisis estructural del capitalismo español, es decir, de nuevo se están agudizando rápidamente los antagonismos internos a las contradicciones que minan al Estado desde sus inicios proto burgueses.

La tesis de que nos enfrentamos sólo a una «crisis del régimen del 78» únicamente aprecia parte –que no todas– de las expresiones sociopolíticas externas de la crisis estructural, dejando fuera de su visión otras realidades; pero sobre todo, no bucea hasta el fondo, hasta las raíces históricas que hacen que, inevitablemente, el Estado español sea siempre ferozmente antiobrero y antipopular, sea una cárcel de pueblos, sea incapaz de integrar a las burguesías «regionales», sea incapaz de mantener la carrera imperialista por la productividad del trabajo, sea incapaz de reducir su corrupción hasta las tasas «normales» en otros capitalismos, etcétera.

Es cierto que unas facciones de la burguesía intentaron modernizar su Estado, y tal vez fuera posible que lo intentasen de nuevo con la cacareada «segunda transición» que fracasaría porque dejaría sin tocar esas contradicciones estructurales. La tesis de la «crisis del régimen del 78» reivindica con razón reformas o cambios, según las versiones, democráticos urgentes en estos momentos, pero debe ser integrada en una perspectiva estratégica más amplia que a la fuerza pasa por el debate de si es posible llegar al socialismo –que no únicamente a la III República– sin acabar con los pilares de la «nación española» en su sentido actual, burgués, es decir, como el marco material y simbólico de producción de valor, reproducción de la fuerza de trabajo y de acumulación ampliada del capital en ese trozo de la península ibérica que el nacionalismo español llama España.

Tenemos dos ejemplos palmarios que muestran la imposibilidad de cambios cualitativos hacia el socialismo como trampolín al comunismo desde el Estado-nación español actual. Uno es el de la sobreexplotación y marginalidad periférica de Andalucía, nación en la que el 32,3% de la población es pobre y el 41,7% se encuentran al borde de la llamada «exclusión social»: todas y todos sabemos que el Partido Socialista de Andalucía es una fuerza clave en el PSOE, en el Estado y en el nacionalismo español. Según datos muy recientes, ahora mismo hay no menos de 2.600.000 andaluzas y andaluces que necesitados de recibir la renta básica de lucha contra el empobrecimiento. Pues bien, el PSOE en el gobierno solo presta ayuda a 45.000 familias, o sea no llegan a 200.000 personas si suponemos que cada unidad familiar tiene cuatro personas.

El empobrecimiento, la precarización, la marginalidad del pueblo trabajador andaluz después de tantos años de gobierno del PSOE no responde solo a razones estrictamente económicas sino también al lugar periférico de sobreexplotación que el Estado español impuso a Andalucía, como veremos. El nacionalismo español se volcó a la desesperada para borrar el potente sentimiento andalucista que mostró su arraigo en aquella gigantesca manifestación del 4 de diciembre de 1977 exigiendo derechos burgueses idénticos a los de Catalunya, Galiza y Euskal Herria.

Hoy la realidad andaluza sería muy otra si el nacionalismo español no hubiera logrado silenciar aquel gran sentimiento de identidad. ¿Cómo lo hizo? Antes que nadie, deben ser las fuerzas andalucistas las que lo expliquen. Con todos los respetos en esta ponencia solo podemos sugerir algunas hipótesis: la situación del independentismo popular por las represiones permanentes en el franquismo y en plena «transición» como el asesinato de García Caparrós en Málaga en 1977; el papel de la izquierda española con su tesis de que al socialismo sólo podía llegarse dentro de una república española fuerte y unida, reduciendo la reivindicación nacional andaluza a una simple autonomía regionalista de segunda categoría; la nefasta acción de amnesia histórica y potenciación del españolismo del PSOE; el oportunismo cobarde de la mediana y pequeña burguesía ante la perspectiva de un independentismo popular que podría fortalecerse peligrosamente si lograba conquistas importantes; la permanente intervención del Estado y del bloque de clases dominante en Andalucía acelerando la periferización en medio de una severa crisis económica con sus efectos desestructuradores como la emigración, etcétera.

Sea como fuere, aquella identidad fue sumergida en agua helada. Se pretendió liquidar hitos fundamentales como la Constitución de Antequera, el regionalismo andaluz y la Asamblea de Ronda de 1918, el «trienio bolchevique», la figura de Blas Infante, la Asamblea de Municipios en Sevilla en 1931, la masacre de Casas Viejas, los debates entre las «dos Andalucías» geográficamente diferenciadas, la Asamblea en la Diputación de Sevilla pocos días antes de la sublevación fascista para debatir sobre un Estatuto, la sistemática represión franquista del andalucismo popular y la fabricación de una falsa Andalucía de castañuelas, toros y sol como uno de los sostenes de la «nación española» y como reclamo turístico, el resurgir de las luchas campesinas, populares y obreras y la recuperación de tierras.

Dado que el PSOE es una pieza clave del capitalismo en Andalucía y en el Estado español, es imposible creer que la Andalucía popular, no la de los señoritos, pueda avanzar hacia su libertad dentro del Estado español y es imposible creer que esa misma libertad pueda ser disfrutada por todas las clases y pueblos explotados si continúa existiendo el Estado-nación español.
Es conocida la profunda identidad nacional españolista del PSOE en Andalucía, como del PS de la CAV y de Nafarroa, o de Galiza, etcétera, y su apoyo absoluto al nacionalismo imperialista del PSOE, que impulsa la aplicación del artículo 155 contra Catalunya. El PSOE de Andalucía y las restantes sucursales autonómica, regionales y provinciales del PSOE es una máquina burocrática de fabricar alienación para fortalecer la «unidad nacional española» y con ella la tasa de ganancia del capital y su acumulación ampliada en y gracias al Estado. El PSOE conjuntamente con el PS de Catalunya asumen que se aplique el artículo 155 a Catalunya, la parte ahora más consciente de su identidad nacional propia de los Països Catalans en su conjunto.

Por tanto, cuando hablamos del PSOE hablamos de la nación española, de su Estado y de su burguesía. Y una de las preguntas es: ¿puede pensarse que las clases y naciones oprimidas avanzaremos al socialismo en su sentido verdadero, el comunista, que por tanto supone la previa independencia de las naciones oprimidas para que, en condiciones de democracia socialista, pueda decidir qué alianzas establecen con otros pueblos, sin vencer previamente el poder represor del PSOE, de la nación española, de su Estado y de su burguesía? Hay más preguntas. Una de ellas que responderemos en otra ponencia próxima es: ¿podemos avanzar al socialismo en el sentido que lo entendemos siguiendo la senda de Podemos, del grueso de Izquierda Unida y del Partido Comunista de España, y de otros sectores que se dicen marxistas y que niegan en la práctica en derecho de autodeterminación?

Llegamos así al otro ejemplo, el del hachazo asestado a los derechos del pueblos catalán con el artículo 155 de la Constitución monárquica española –y la amenaza de aplicarlo también a Euskal Herria y Castilla-La Macha, por ahora– supone una triste confirmación de la perspectiva histórica y de las tareas que estamos debatiendo entre las fuerzas políticas que firmamos el Manifiesto de Compostela.
La burguesía española no puede tolerar que Catalunya se independice y no sólo por la pérdida económica que ello implica sino también por el efecto dominó que tendría –ya lo está teniendo– sobre la concienciación de otras naciones oprimidas, en los sectores más organizados de la clase trabajadora del Estado y sobre la misma legitimidad del marco estatal de acumulación ampliada del capital que llaman “España”. La crisis estructural del Estado explica por qué se ha advertido a la Comunidad Autónoma Vasca que tiene todos los «ingredientes» para que se le castigue con el artículo 155, y por qué también se ha amenazado a Castilla-La Mancha pese a enormes diferencias con el pueblo vasco.
En una ponencia anterior –España contra Catalunya, del 20 de septiembre de 2017– repetíamos los cuatro grandes bloque de abismos insalvables que impiden que lo que se llama «España», o sea el marco estatal de acumulación ampliada de capital, pueda constituirse en Estado-nación capitalista al estilo de los Estado-nación de la primera oleada de revoluciones burguesas triunfantes:

Una, rechazo a integrar democráticamente a las burguesías «regionales» y, ahora mismo, con el artículo 155 golpeando a Catalunya y amenazando a la CAV, tenemos otro ejemplo irrebatible.

Dos, atraso creciente en la productividad del trabajo confirmado por muchos más datos nuevos: a pesar de la espuria recuperación fugaz, el Estado se enfrenta a crecientes fuerzas que merman su «independencia nacional», como la decisión del BCE para dejar de comprar activos y las exigencias alemanas de más rigor en el cobro de deudas, o el dato de que España ha bajado dos puestos más en el ranking de la competitividad mundial, y por no extendernos sobre la dependencia creciente de España basta saber que el capital extranjero ya controla el 43,1% de las acciones de la Bolsa española.

Tres, la gigantesca corrupción estructural e histórica del bloque de clases dominante es ya inocultable también a escala mundial: un informe europeo muestra que España es el Estado de la Unión Europea que menos medidas aplica contra la corrupción judicial, de modo que al aumentar el rechazo público a la corrupción se debilita uno de los sistemas más efectivos para facilitar la acumulación ampliada del capital en un reino caracterizado por su orgulloso analfabetismo científico y tecnológico: España ocupa el tercer lugar del mundo en economía sumergida por detrás de Grecia e Italia. Aunque la propaganda masiva y la guerra psicológica contra el independentismo catalán han logrado desplazar a la corrupción de las primeras noticias, sin embargo el creciente hartazgo popular va minando la legitimidad del sistema.

Y cuatro, la «costumbre» de recurrir a las soluciones represivas, violentas, al palo, antes que a los métodos de integración, cooptación, negociación, a la zanahoria, que hemos visto se está confirmando con el artículo 155, y que se refuerza desde hace tiempo contra la lucha de clases en su generalidad. La escalada represiva venía de antes, pero se endurecerá por la exigencia de la CEOE de parar en seco el recrudecimiento de la lucha de clases que se está produciendo desde comienzos de 2017 e intensificando en los últimos meses, según demuestra su reciente informe que siempre la valora a la baja por intereses obvios; dentro de esta radicalización incluimos el aumento de las luchas de las mujeres trabajadoras, el descenso del poder de la Iglesia, etc.

Como síntesis de esta cuádruple quiebra en sus bases, abismos que no nos cansamos de analizar en nuestras ponencias, es lógica la multiplicación en los últimos tiempos del vandalismo fascista abiertamente consentido por el Estado contra las izquierdas y contra el reformismo duro. Un fascismo brutal y tosco, extremadamente violento en muchas de sus expresiones pero que sirve para ocultar dos procesos de fondo más amenazadores: uno, el fascismo invisible y hasta educado que penetra en los intersticios de la cotidianeidad reforzando la irracionalidad más dictatorial en los micropoderes con los que el capital asegura en buena medida su reproducción ampliada. Y otro, relacionado con el anterior en determinados contenidos, el reforzamiento de las tres expresiones del nacionalismo español que veremos luego cuando recurramos a Lenin para entender qué sucede.

Lo que llaman «España» es el constructo ideológico subjetivo que cohesiona y legitima, junto a otros, la lógica burguesa inmanente a la valoración ampliada del capital en ese espacio productivo y reproductivo. En cuanto constructo ideológico, «España» y su nacionalismo imperialista es una fuerza material objetiva imprescindible para lubricar la explotación de clase, patriarcal y nacional que sustenta la producción de plusvalor.

La interacción entre lo subjetivo y lo objetivo se materializa por ejemplo no sólo en la política del PP, PSOE, Unidos-Podemos, Ciudadanos, Izquierda Unida, etc., en la negación sustancial de los derechos nacionales de los pueblos oprimidos sino también y sobre todo en las manifestaciones en defensa de la «unidad nacional española» ya sea en su núcleo más reaccionario y fascista como en su forma supuestamente «democrática».(...)
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=233477

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