Entrevista a Recce
Jones, geógrafo y autor de "Violent Borders"
“El poder usa las
fronteras para limitar el acceso de los pobres a salarios más altos”
5 de septiembre de 2017
Por Álvaro Guzmán Bastida (Ctxt)
¿Por qué se han convertido en cementerios las fronteras del
mundo? Tan incómoda pregunta rondaba la mente del geógrafo Reece Jones
(Virginia, 1976) cuando escribía su penúltimo libro. Tras quince años
estudiando el fenómeno migratorio, Jones terminaba un trabajo sobre tres
fronteras concretas --las que separan EE.UU. de México, Israel de Palestina e
India de Bangladesh-- cuando se percató de que las muertes en esos y otros
puntos fronterizos no paraban de aumentar. Decidió investigar por qué. El resultado, Violent Borders, es una demoledora radiografía de
la violencia en las fronteras de todo el mundo. A través de un minucioso
análisis histórico, jurídico, sociológico y económico, trufado de historias
personales de los migrantes que tratan de cruzar esas fronteras, Jones dibuja
un siniestro panorama en el que las políticas diseñadas para limitar la
migración fracasan en ese propósito, y en cambio desvían los flujos migratorios
hacia rutas más violentas, llenando las fronteras marítimas y terrestres de
cadáveres. Jones, profesor de geografía en la Universidad de Hawaii, atiende
por Skype a CTXT para detallar las causas y consecuencias de la violencia
fronteriza y exponer su propuesta para solucionarla: abrir las fronteras a las
personas y ponerle coto al capital.
***
Dedica gran parte del libro a examinar las
causas y efectos de la migración a nivel global. ¿Qué ha descubierto acerca de
los motivos que llevan la gente a emigrar?
Varían mucho según el lugar de origen y las
circunstancias. Por un lado, existe un gran grupo de sirios y eritreos que
cruzan a Europa huyendo de la violencia o la represión estatal. Por otro, hay
otra mucha gente que emigra por motivos económicos, al escasear el trabajo y
las oportunidades en los lugares donde viven y existir estos en otros países.
Por ejemplo, los sirios han sido mayoría entre quienes viajaban a Europa en los
últimos años, pero hasta el momento en 2017 el país de donde más gente cruza el
Mediterráneo es Bangladesh, donde no hay una guerra sino necesidad económica, y
gente que toma la decisión de salir en busca de oportunidades.
Uno de los asuntos centrales de su trabajo es
la erosión del derecho a la libre circulación de las personas. ¿Cómo se ha
limitado ese derecho?
Existe una larga historia de Estados y gente
en posiciones de poder que usan las restricciones a la libre circulación de las
personas para limitar el acceso de los pobres a salarios más altos. En el
libro, trazo una conexión entre el sistema actual y la esclavitud, la
servidumbre, el feudalismo y las leyes de pobres, vagos y maleantes. Todos eran
mecanismos para limitar la capacidad de los pobres de desplazarse para buscar
salarios más altos y para obligarles a seguir viviendo en una zona concreta, y
así acceder a su mano de obra y explotarla para lucrarse. Hoy en día vemos un
proceso similar a mayor escala. Lo que antes sucedía dentro de cada país ahora
sucede entre países, de modo que los pobres hoy están ‘contenidos’ por
fronteras, pasaportes o el concepto de ciudadanía, produciendo una relación muy
parecida a la de antaño. Desde hace cien años se está erosionando el derecho a
la libre circulación. En EE.UU., por ejemplo, no hubo ninguna restricción sobre
quién podía entrar en el país hasta la década de 1880, con la Ley de Exclusión
China. Hasta 1924, el país no tuvo un sistema universal que regulase quién
podía entrar en él o convertirse en ciudadano, y muchos de los pobres de Europa
pudieron hacerlo a finales del XIX.
Dedica el primer capítulo del libro a la que
llama “la frontera más mortífera del mundo”, en referencia a la que rodea a la
UE. ¿Cómo pasó Europa de desmantelar las fronteras nacionales hace un par de
décadas a convertirse en una fortaleza, y por qué es la frontera más letal del
planeta?
En cierto modo, la narrativa de que la UE ha
eliminado las fronteras es falsa. Más bien las movió de sitio. Aunque es cierto
que la UE eliminó las divisiones entre sus países miembros, nunca deshizo las
fronteras externas. Todo lo contrario. En los últimos veinte años, mientras
aumentaba el número de migrantes, la UE ha dedicado gran empeño a restringir el
movimiento, en especial en el Mediterráneo. España, por ejemplo, permitió el
libre movimiento desde el Norte de África hasta que se unió al Tratado
Schengen, en los noventa. Francia permitía sin restricciones reales la
inmigración de África durante los ochenta. Tanto en la frontera Sur de
EE.UU. como en las de la UE, se observa una tendencia clara: mientras se
levantan muros, se endurecen los controles migratorios, se destinan más agentes
a patrullar los espacios fronterizos, no se consigue el objetivo de frenar la
inmigración, pero sí que se disparen las muertes. En 2017, mueren dos personas
de cada cien que intenta cruzar el Mediterráneo. Esa cifra era de 0,3 en 2015.
Hay muchísimos más barcos patrullando, y se han construido muros, por ejemplo
en los Balcanes, cerrando una ruta de acceso relativamente fácil a la UE. Todo este endurecimiento
empuja a la gente hacia rutas realmente peligrosas y hace que muera mucha más
gente en los viajes.
Al describir la frontera entre México y
EE.UU., relata una sorprendente historia: dicha frontera no se marcó con
piedras hasta 1890, y no se empezó a patrullar hasta 1924.
Describe cómo esa misma frontera se militarizó
tras el 11-S. ¿Que llevó a su militarización y cuáles fueron las consecuencias
de la misma?
Son tendencias que se remontan a finales de
los noventa, pero que se aceleran tras el 11-S, cuando empiezan a llover los
fondos gubernamentales. Entra una gran cantidad de dinero en la Patrulla Fronteriza
y el Departamento de Seguridad Nacional, que lleva a la militarización de la frontera. Cuando
hablo de militarización, me refiero a varias cosas. En primer lugar, al
reciclado de tecnologías bélicas desarrolladas para Iraq o Afganistán,
utilizadas ahora en la
frontera. Luego está el creciente número de veteranos de esas
guerras, que al dejar el ejército ingresan en la Patrulla Fronteriza. Hay
una ley en el Congreso ahora mismo, impulsada por John McCain, que pretende
agilizar ese proceso al facilitar la contratación de veteranos de guerra para
hacer de guardas fronterizos. Luego está el cambio de mentalidad de los propios
agentes. En los setenta y ochenta eran muy parecidos a la policía: buscaban a
gente que infringía la ley migratoria o de tráfico de personas, a los que
arrestaban y mandaban de vuelta a México. Desde el 11-S, se reimaginó la
frontera como un lugar en el que detener el terrorismo, los agentes fronterizos
hoy en día piensan, y actúan, en la frontera como la primera línea de batalla
contra el terrorismo. Una vez que se produce ese cambio de mentalidad, cambia
la manera en la que interactúan con la gente. Tienden a
pensar en las personas como potenciales terroristas, y a recurrir a la
violencia como primera opción, en lugar de respetar la presunción de inocencia.
Ha mencionado antes el papel de las fronteras
para controlar el movimiento de los pobres. ¿Qué influencia tienen las
diferencias de clase y el desarrollo desigual en la configuración de las
políticas fronterizas?
Durante su campaña presidencial, Trump hablaba
mucho sobre las fronteras, y su discurso se centraba en el impacto negativo de
la globalización y la conexiones económicas transfronterizas en la clase
trabajadora estadounidense. Pero esa narrativa obvia algo fundamental: que el
mismo impacto negativo se ha producido al otro lado de la balanza. Lo que ha
hecho la globalización ha sido abrir las fronteras para el capital. Se han
levantado las barreras para las corporaciones mediante todos los acuerdos de
libre comercio que permiten que las grandes empresas operen en múltiples
jurisdicciones, buscando los salarios más bajos, pero no se han abierto esas
barreras para los trabajadores, que se ven contenidos en bancos de mano de obra
barata. También se ha levantado las barreras regulatorias. Las grandes
multinacionales acceden a diferentes regímenes regulatorios en los que no hay
salario mínimo, ni protecciones medioambientales ni laborales, lo que permite
que las corporaciones se queden con todos los beneficios. La globalización ha
producido esa competencia a la baja, que ha perjudicado a los trabajadores de
EE.UU. y Europa, pero también a los del otro extremo del mundo. Los beneficios
resultantes han ido a parar a las corporaciones, lo que exacerba las
desigualdades.
En su relato, las fronteras realmente no
sirven para proteger a las sociedades, sino que generan no solo desigualdad,
sino violencia hacia las personas y el medioambiente. Escribe que “el
endurecimiento de las fronteras es una fuente de violencia, no una respuesta a
la misma”. ¿De qué manera generan violencia las fronteras?
Crear una frontera es un acto inherentemente
violento, porque tras dibujar una línea en un mapa, uno tiene que imponer esa
división sobre el terreno, estableciendo que un grupo de personas controla los
recursos, la tierra y a la gente en ese espacio geográfico, lo que por
definición excluye a otra gente del derecho a trasladarse a ese lugar. La única
manera de imponer eso es, en último término, mediante el uso de la violencia. La
violencia es producto de la frontera, no del movimiento de la gente.
Sobre su respuesta a la retórica de la campaña
de Trump, y su argumento de que los controles fronterizos contribuyen a la
desigualdad: ¿Cómo hacen las fronteras que aumenten las desigualdades?
Déjame que le dé la vuelta a la pregunta. Un gran
número de economistas ha demostrado que la manera más fácil de aumentar la
riqueza de la gente en zonas pobres es eliminar restricciones a su libre
movimiento, porque esto les permite acceder a los salarios más altos
trasladándose a donde están esos salarios. Es una forma de encuentro entre el
capital y los trabajadores más eficiente. El actual sistema retiene a los
trabajadores en ciertos lugares y permite que el capital se mueva libremente
para aprovecharse de las concentraciones de mano de obra barata. Una de las
formas más claras de ponerle freno a eso es abrir las fronteras al libre
movimiento, permitiendo que los trabajadores se desplacen. Aunque parezca lo
contrario, los estudios demuestran que el movimiento de las personas
traspasando las fronteras resulta beneficioso a ambos lados de la balanza: no
solo para los trabajadores que se trasladan, sino para las economías que los
reciben. En EE.UU., por ejemplo, la inmigración ha tenido un impacto neto
positivo en la economía del país.
Hemos hablado de Europa y EE.UU., pero la
realidad de estas fronteras, y su militarización, se ha expandido por todo el
planeta, desde Israel a Australia. Leyendo su libro aprendemos que la frontera
entre India y Bangladesh es en la que más gente matan las fuerzas de seguridad,
y que India es el país del mundo con más kilómetros de vallas y muros. Si los
muros tienen que ver con la preservación de la riqueza y el privilegio, ¿cuál
es su papel en el Sur del planeta?
Un colega francés y yo hemos cruzado el PIB
per cápita de diversos países con los datos sobre dónde se construyen nuevos
muros. La correlación es clarísima: se levantan muros allá donde hay un país
más pobre que otro que hacen frontera. El PIB per cápita de la India es mucho
más alto que el de Bangladesh, y hay veinte millones de bengalíes trabajando en
India. El aspecto económico está clarísimo.
A menudo escuchamos a los gobiernos
occidentales echar la culpa de las muertes de refugiados y migrantes a los
traficantes. Y sin embargo, usted defiende que esas muertes son parte integral
del régimen fronterizo, y que la responsabilidad última corresponde a los
estados. ¿Qué hace que muera tanta gente en las fronteras?
Si la gente tuviera una forma segura de viajar
de un país a otro, no recurriría a los traficantes. Les cuesta cinco, seis o
siete mil dólares viajar de Bangladesh a Europa. Un billete de avión se
consigue por mil. El que no existan vías seguras para el viaje arroja a los
migrantes a los brazos de los traficantes. Su negocio se basa en esas
restricciones fronterizas. La verdadera culpa recae en la UE y los gobiernos
que implementan las políticas que obligan a la gente a tomar rutas cada vez más
peligrosas.
Al analizar la actual crisis de los
refugiados, dedica bastante espacio a examinar la Paz de Westfalia. ¿Qué papel
juegan las fronteras del pasado en el desplazamiento de los refugiados del
presente?
Un papel enorme. La historia del colonialismo
pasa por el expolio de recursos de otras regiones para cimentar la riqueza de
Europa y EE.UU. Y entonces, cuando termina el colonialismo tras la Segunda Guerra Mundial ,
las fronteras que quedaron habían sido dibujadas por las potencias europeas, a
menudo los británicos. Esas fronteras no representan entidades políticas
históricas, ni estados coloniales. Son fronteras coloniales superpuestas a los
diferentes grupos culturales, lingüísticos, étnicos, que trajeron consigo grandes
conflictos, porque los diferentes grupos pasan a competir por el control de
esos espacios. Esa violencia luego hace que la gente cruce las fronteras camino
de Europa. La gente que intenta entrar en Europa hoy huye en realidad de
fronteras que dejó tras de sí el colonialismo europeo.
También escribe sobre la progresiva disolución
de la barrera entre los Estados que controlan sus fronteras y el negocio
privado que penetra un nuevo mercado. Por ejemplo, cita estudios que proyectan
que la industria de las seguridad fronteriza alcanzará un astronómico volumen
de ciento siete mil millones de dólares de facturación para 2020. ¿Cómo ha
emergido esa industria y qué efecto tiene su desarrollo?
Toda esta industria ha surgido en los últimos
treinta años. La gente a menudo piensa en el complejo industrial-militar, pero
existe un nuevo complejo de seguridad-industrial, en el que toda una serie de
empresas --a menudo de armas-- produce equipamiento y tecnología orientada
hacia el mercado de la seguridad fronteriza. Esto despegó de verdad tras el
11-S. Al tiempo que el terrorismo pasaba a ser la prioridad de los espacios
fronterizos, toda una serie de empresas se lanzaron a aprovecharse de todo ese
influjo de dinero público dirigido hacia las fronteras. Se creó un ciclo en el
cual las empresas tienen grandes ingresos, que utilizan para hacer lobby y
conseguir que los gobiernos gasten más dinero en seguridad fronteriza,
aumentando sus ingresos. Cada vez que se produce un atentado terrorista, el
miedo que se produce se canaliza en más gasto en medidas de seguridad, a menudo
en las fronteras. Ha emergido todo un mercado para la seguridad en las
fronteras, del mismo modo que emergió el complejo militar-industrial en los
cincuenta, después de la Segunda Guerra Mundial. Y luego está la
privatización directa, como ha sucedido con los centros de detención de
inmigrantes en EEUU.
En el plano político, tanto el Brexit como la
elección de Trump llegaron de la mano de un renovado énfasis en el control
fronterizo. Lo mismo sucede con el avance de la extrema derecha en Occidente.
¿Qué le sugiere el que las llamadas a aumentar el control fronterizo movilicen
a una parte tan importante del electorado? ¿Que espera la gente que logren las
fronteras?
Tanto el Brexit como Trump se basaron en un
miedo muy real entre el electorado. Lo hemos hablado antes: muchos trabajadores
han perdido empleos estables, bien pagados y con planes de pensiones o acceso
sanitario por culpa de la
globalización. Se han deslocalizado a otros países, y no se
han sustituido por puestos de trabajo con condiciones similares. Fue muy
efectivo políticamente defender que una manera de mejorar su situación era
cerrar las fronteras y crear la idea histórica de una América separada del
resto del mundo. El segundo factor es que el racismo es una fuerza muy potente.
Desgraciadamente, el miedo al otro, a la amenaza de una supuesta invasión de
gente de otras culturas, de creencias diferentes o con otro color de piel, es
una forma muy eficaz de lograr apoyos para estas políticas excluyentes.
Y, sin embargo, usted defiende que las
fronteras no son eficaces para atajar los problemas reales que moviliza el
racismo.
En absoluto. Pero son una narrativa muy
potente. Trump fue capaz de crear una serie de símbolos --como la construcción
del muro-- que evocaban soluciones que la gente podía entender. Lo mismo sucede
con el cierre de fronteras al comercio. Es un símbolo poderoso, que parece
resolver problemas reales de la gente, pero en realidad no los solucionará.
Al final de la Segunda Guerra Mundial ,
escribe, había sólo cinco muros fronterizos en el mundo. En 1990, tras la caída
del Muro de Berlín, había quince, y hoy hay casi setenta. Si los muros son tan
dañinos e ineficaces como ha descrito, ¿por qué no dejan de proliferar?
Hay un buen número de factores. Por un lado,
el símbolo poderoso del que acabo de hablar: demuestran que el país está
haciendo algo para resolver los problemas de la gente. Luego está la
proliferación de esta industria, que presiona para que los Estados gasten más
en seguridad. Una vez que se han construido unos cuantos muros, necesitan que
se erijan más.
En su conclusión, reclama la apertura de
fronteras para permitir la libre circulación de personas, y el establecimiento
de una serie de condiciones laborales y protecciones medioambientales globales.
¿Cómo sería un mundo sin fronteras?
Es difícil de imaginar, porque aún no lo
hemos probado. Pero lo fundamental es que esas medidas tienen que darse a la vez. No basta con abrir
las fronteras. Aunque las abramos y permitamos la libre circulación de
personas, si mantenemos las diferencias de derechos según la nacionalidad, los
que tienen plenos derechos en un lugar concreto podrán abusar de quienes no los
tienen. Se trata de abrir fronteras, pero también de generar igualdad de derechos
en los territorios. También sugiero la idea de un salario mínimo global, que no
sería el mismo en todo el mundo, sino más bien una serie de mínimos dependiendo
de las circunstancias, que disminuyan los incentivos que tienen las grandes
corporaciones para desplazar el empleo a los lugares con el menor salario
posible. Si tuviéramos todo eso -igualdad de derechos en diferentes lugares,
libertad de circulación entre esos lugares, un salario mínimo y regulaciones
laborales similares a escala global- mejoraríamos drásticamente las condiciones
de trabajo a ambos lados de la balanza. Sería bueno para los trabajadores de
Europa y EE.UU., y también para los de los países pobres. La única parte que
saldría perdiendo serían las corporaciones transnacionales, porque perderían la
capacidad de aprovecharse de las divergencias en regulaciones y salarios.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=231127
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