Sacco y Vanzetti, dos
revolucionarios
ante la silla eléctrica
8 de septiembre de 2017
Por Enric Llopis (Rebelión)
En el verano de 1919 explotó una bomba frente a la casa de A.
Mitchell Palmer, ministro de Justicia de los Estados Unidos. Sólo seis meses
después Palmer comenzó su embestida contra los inmigrantes que residían en este
país. Para ello, recuerda el historiador y activista libertario Howard Zinn en
“La Otra historia de los Estados Unidos” (Las Otras Voces, 1997), se apoyó en
la legislación aprobada por el Congreso al final de la Primera Guerra Mundial.
En diciembre de 1919, fueron deportados a su país de origen –la Rusia
soviética- 249 inmigrantes. Muchos otros corrieron la misma suerte. Un año
después 4.000 personas fueron detenidas y expulsadas tras pasar por juicios
secretos. En Boston, el Ministerio de Justicia y la Policía Local
practicaron 600 detenciones, después de redadas en hogares particulares y
centros de reunión. Otro ejemplo citado por Zinn es el de Andrea Salsedo,
impresor anarquista arrestado en 1920 por el FBI en el edificio Park Row de
Nueva York; su cadáver apareció destrozado en la acera. Según la
versión oficial, se trataba de un suicidio: Salsedo se habría supuestamente
arrojado por la ventana del piso decimocuarto.
El presente año se cumple el 90 aniversario de
la ejecución de Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, extranjeros en Estados
Unidos y militantes anarquistas. Fueron amigos de Andrea Salsedo. Tras el
juicio, la condena y pasar siete años en prisión acusados de atraco a mano
armada y asesinato, Sacco y Vanzetti fueron ajusticiados por electrocución el
23 de agosto de 1927, en Massachusetts. El caso trascendió a otros países, pero
los jueces, la fiscalía y el jurado no atendieron a las protestas en Estados
Unidos (Boston, Chicago, Nueva York o San Francisco) ni en otros países (París,
Londres, Argentina, Suecia o Sudáfrica); tampoco a huelgas y disturbios; ni a
los recursos y apelaciones ante la Corte Suprema de Massachusetts y la Corte Suprema de los
Estados Unidos. “Tanto las anotaciones del juicio como las circunstancias que
lo envolvieron indican que Sacco y Vanzetti fueron condenados a muerte por ser
anarquistas y extranjeros”, explica Zinn. El juez Thayer estuvo a cargo del
proceso que, en 1921, sin las debidas garantías les sentenció. Sobre sus
afinidades, Howard Zinn revela unas palabras con las que se refirió a Saco y
Vanzetti en una conversación privada: “Esos anarquistas mal nacidos”.
Pero hubo una historia previa. Cuando
Bartolomeo Vanzetti abandonó Italia rumbo a Estados Unidos, estaba pensando en
arribar a la tierra de promisión. Llegó, al igual que Sacco, en 1908, y en este
país los dos abrazaron La
Idea. La emigración tenía en el caso de Vanzetti un
componente de fuga y liberación personal. En el libro “Sacco & Vanzetti. El
enemigo extranjero” (Txalaparta, 1999), el periodista y escritor alemán Helmut
Ortner explica que Vanzetti huía de “una fétida panadería y de la autoridad
omnipotente de su padre”. Recorrió durante dos días Francia en ferrocarril y
decidió embarcarse en el Puerto de Le Havre (Normandía), añade el periodista, a
partir de los escritos del militante anarquista. El viaje por mar rumbo a
Estados Unidos duró una semana, “en unas condiciones a bordo catastróficas; la
carencia de instalaciones higiénicas y un estado de ánimo tenso desembocaban
–no raramente- en agresiones”. Vanzetti viajaba hacinado con otros refugiados
en la sección de entrecubiertas. Todos con el deseo de llegar a la patria de la
libertad.
El libro de Ortner atiende a los pormenores de
la estancia de Bartolomeo Vanzetti en Nueva York; pronto halló un trabajo como
pastelero en un restaurante de Broadway, en el que sólo permaneció ocho meses.
El siguiente empleo fue en la cocina de un hotel en la Séptima Avenida ,
del que le despidieron a los cinco meses. El inmigrante anarquista conoció las
Empresas de Trabajo Temporal (ETT) de la época. Estas agencias
actuaban de acuerdo con los jefes de cocina (compartían comisiones), de manera
que a estos les interesaba no interrumpir el flujo de despidos y nuevas
contrataciones.
Vanzetti se marchó de Nueva York, donde había
conocido la realidad de la supuesta tierra prometida: los pobres dormían en los
portales, y por la mañana revolvían los cajones de basura (“buscaban una hoja
de repollo o alguna patata podrida”). Pasó cinco meses sin poder trabajar,
hasta que encontró empleo en la construcción de una línea de ferrocarril, en
Springfield (Massachussets); allí laboraba entre 10 y 12 horas al día. También
trabajó en el sector de la construcción, en varias fábricas, en el carbón,
vendiendo pescado o como cortador de hielo.
En el caso de Nicola Sacco, ya en Estados
Unidos quiso aprender un oficio cualificado: sus conocimientos de mecánica
–adquiridos en Italia- servían de muy poco. Se apuntó, por 50 dólares, a un
curso de acabador de calzados que durante tres meses impartía la Milford Shoe Company.
Fue un trimestre en el que no percibía un salario. Terminada la etapa
formativa, la empresa le contrató, de modo que empezó a cobrar entre 60 y 70
dólares semanales. Participaba además en un curso de inglés, al que estaban
obligados todos los trabajadores extranjeros de la compañía, en la que
permaneció siete años. “Sus lecturas se limitaban a los periódicos y a los
obligatorios panfletos anarquistas; era más un hombre de acción; participaba en
discusiones políticas en círculos anarquistas, y tomaba parte en fiestas y
actos de la colonia italiana”, recuerda el libro “Sacco & Vanzetti. El
enemigo extranjero”.
El centro anarquista del que formaba parte en
1913 llevaba, por razones de seguridad, la denominación de “círculo social”.
Allí Nicola Sacco contribuía a la organización de asambleas, repartía panfletos
y recababa dinero entre los inmigrantes italianos. En 1916 resultó detenido en
una asamblea y, junto a otros militantes, multado, con la coartada
institucional de que no pidieron un permiso previo. Según Helmut Ortner, “estos
permisos oficiales eran subterfugios para controlar ‘desagradables’ actividades
políticas”. El escritor y periodista entrecomilla, en el libro de Txalaparta,
algunas expresiones con las que la Administración y la ciudadanía
norteamericana calificaban a los anarquistas: “agitadores maldecidos por Dios”
o bien “hombres sin Dios ni ley”.
Poco antes que la ejecución en la silla
eléctrica, a los 36 años, Sacco le escribió a su hijo Dante: “Ayuda al
perseguido y a la víctima pues son tus mejores amigos…En esta lucha de la vida,
encontrarás más. Ama y serás amado”. A pesar de estas palabras, concluye el
escritor germano, desde hacía medio siglo “el anarquismo era el espectro
terrorífico de todos los estadounidenses ‘íntegros y amantes de la libertad’”.
Defendían consignas revolucionarias, apelaban a la huelga y el conflicto con el
patrón; “todo aquel que guardaba simpatía por estas ideas era rápidamente
registrado, detenido, perseguido o deportado a su país de origen”, explica Ortner.
Lo corrobora Bartolomeo Vanzetti en sus escritos, cuando se refiere al
“linchamiento periodístico” que siguió a su detención y la de Sacco , la noche del
cinco de mayo de 1920. Los periódicos de Boston y Cap Code amanecieron con
primeras planas espectaculares: “Se arrestó anoche a los bandidos de
Braintree”.
Diferentes editoriales han publicado la vida,
alegatos y cartas de Sacco y Vanzetti, por ejemplo la argentina Anarres
o Ediciones Antorcha. Incluyen un texto de Aldino Felicani (“Cómo se urdió la
trama”), amigo de Vanzetti y también proletario e inmigrante italiano en
Estados Unidos; Felicani no sólo compartía militancia anarquista con los
ejecutados, sino que participó de modo muy activo en el Comité de Defensa de
Sacco y Vanzetti. Calificó el proceso contra los dos anarquistas como “un acto
de intimidación” hacia las fuerzas progresistas. El texto no sólo analiza el
modo en que se realizaron las identificaciones (“sin precedentes en los anales
judiciales”), el proceso a Vanzetti ante el tribunal de Plymouth (el rol del
fiscal de distrito, y la cuestión de los cartuchos); el proceso contra Sacco en
el tribunal de East Norfolk y el que se desarrolló ante el Tribunal Superior de
Dedham, que les declaró culpables el 14 de julio de 1921. El obrero inmigrante
recuerda algunas de las preguntas que las autoridades judiciales y policiales
plantearon a Sacco y Vanzetti: “¿Son ustedes socialistas? ¿Son comunistas? ¿Son
anarquistas?”
Tipógrafo conocido como “Il Murator”, Aldino
Felicani conoció a Vanzetti en Boston, y juntos proyectaron el lanzamiento de
un periódico con el título de Cara Compagna. En “Cómo se urdió la trama”
resalta la importancia que tuvo en los hechos A. Mitchell Palmer, ministro de
Wilson, cuyo departamento pagaba a los periódicos para que insertaran
determinados artículos. El fin era soliviantar a los ciudadanos contra
“extranjeros” e “izquierdistas”. Menciona asimismo un escrito de la época (“El
delirio de la deportación en 1920” )
sobre el “reinado del terror” en Estados Unidos, que siguió a la Primera Guerra Mundial.
“Millares de inocentes fueron sometidos a todo tipo de persecuciones y malos
tratos; los derechos constitucionales fueron pisoteados”, afirma. En el 90
aniversario, aún resuenan las palabras de Sacco ante la audiencia de Dedham,
iniciada en mayo de 1921: “Llega un día en que se necesita un poco más de pan y
cuando (la madre) logra que el hijo lo traiga como producto del trabajo del
muchacho, vienen los Rockefeller, los Morgan o alguna gente de esta laya, de
las clases dirigentes, y los envían a la guerra”.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=231262
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