El sistema y la puja democratizadora del pueblo
5 de septiembre de 2017
Por Homar Garcés (Rebelión)
La categorización del sociólogo alemán Max Weber, según la cual
“el político por vocación está al servicio de ideales mientras que el político
profesional hace de esta noble actividad una carrera para mejorar su status
social mediante el dinero y el poder”, tiene -de una u otra manera- raíces en el
modelo de Estado burgués liberal heredado de Europa y las relaciones
jerarquizadas de poder derivadas de éste, limitando enormemente la existencia
de una democracia ejercitada efectivamente y en tiempo real por el pueblo. Con muy reducidas
excepciones, cabe aseverar que esta es una situación común en todas nuestras
naciones a través de las diversas etapas de su historia, convirtiéndola en una
fatalidad aparentemente inexorable. Sin embargo, han surgido métodos y líneas
teóricas que tienen por objetivo la construcción de un género de democracia que
responda verdaderamente a los intereses y las necesidades de las mayorías y no
únicamente sirva de instrumento para satisfacer las ambiciones egoístas de una
minoría.
Si bien es cierto que las crisis económicas producidas cíclicamente por el capitalismo afectan considerablemente a millones de personas en todo el planeta, obligándolas a sobrevivir de cualquier forma, en algunos casos, en condiciones extremas de explotación y de semi esclavitud, éstas han facilitado la elaboración de diversas propuestas que tienden, en un primer plano, a deslegitimar todo lo existente y, en un plano más profundo, a la sustitución absoluta del sistema múltiple de dominación engendrado por el capitalismo y su par, el Estado burgués liberal. Algunas de ellas, echando mano a las tesis del socialismo revolucionario mientras otras pretenden resultar más originales respecto a sus fuentes de inspiración (como el nacionalismo y la socialdemocracia); lo que dificulta -de alguna manera- la convergencia de voluntades y de esfuerzos contra dicho sistema, cayendo en sectarismo y dogmatismos que, en vez de dirigirse a su destrucción y reemplazo, conspiran contra sus propios objetivos; desenmascarándose, incluso, contradictoriamente, su carácter antidemocrático. En cuanto a este punto, vale citar a Oscar Enrique León, quien en su libro “Democracia burguesa, fascismo y revolución”, expone que “el papel de la revolución no es salvar a la democracia burguesa, mucho menos haciendo causa común a tales efectos con una derecha moderada. El papel histórico de la revolución es destruir la democracia burguesa, única forma real y realista de acceder a la democracia participativa y el poder popular que ella postula como forma política. En la medida que lo logre, y sólo en tal medida, habrá derrumbado el orden burgués”.
Si bien es cierto que las crisis económicas producidas cíclicamente por el capitalismo afectan considerablemente a millones de personas en todo el planeta, obligándolas a sobrevivir de cualquier forma, en algunos casos, en condiciones extremas de explotación y de semi esclavitud, éstas han facilitado la elaboración de diversas propuestas que tienden, en un primer plano, a deslegitimar todo lo existente y, en un plano más profundo, a la sustitución absoluta del sistema múltiple de dominación engendrado por el capitalismo y su par, el Estado burgués liberal. Algunas de ellas, echando mano a las tesis del socialismo revolucionario mientras otras pretenden resultar más originales respecto a sus fuentes de inspiración (como el nacionalismo y la socialdemocracia); lo que dificulta -de alguna manera- la convergencia de voluntades y de esfuerzos contra dicho sistema, cayendo en sectarismo y dogmatismos que, en vez de dirigirse a su destrucción y reemplazo, conspiran contra sus propios objetivos; desenmascarándose, incluso, contradictoriamente, su carácter antidemocrático. En cuanto a este punto, vale citar a Oscar Enrique León, quien en su libro “Democracia burguesa, fascismo y revolución”, expone que “el papel de la revolución no es salvar a la democracia burguesa, mucho menos haciendo causa común a tales efectos con una derecha moderada. El papel histórico de la revolución es destruir la democracia burguesa, única forma real y realista de acceder a la democracia participativa y el poder popular que ella postula como forma política. En la medida que lo logre, y sólo en tal medida, habrá derrumbado el orden burgués”.
Aun cuando ésta no sea la aspiración de los
políticos profesionales (llámense de derecha o de izquierda), los sectores populares
tendrán que entender que ya no es suficiente el voto ni el logro de ciertas
reformas (económicas, políticas y sociales) mientras se mantengan inalterables
las estructuras y subestructuras que sostienen y legitiman al Estado burgués
liberal. Ellos tienen que vencer
el condicionamiento ideológico que les hace desconfiar de sí mismos y depender
de esta clase de políticos, proponiéndose actuar un modo autónomo en la
concepción del poder popular soberano, así como de nuevos paradigmas que
marquen el comienzo de un modelo civilizatorio diferente al existente. Ello
representa una necesidad histórica impostergable. En especial, cuando el gobierno
de Estados Unidos amenaza con arremeter contra los pueblos y los gobiernos que
se muestren reacios a someterse a su estrategia de dominación imperial.
Para aquellos que lo dudan, o sencillamente no comparten tal punto
de vista, les bastará tener presente (y comprender, si se empeñan un poco) que
el mayor cuestionamiento a este sistema múltiple de dominación lo realizan,
justamente, los sectores populares por la vía de los hechos. Por consiguiente, la confrontación que
estos llevan a cabo -en su triple condición de oprimidos, explotados y
excluidos- sin ser teórica (o teorizada), deja al descubierto la escasez de
argumentos sólidos por parte de los defensores del sistema actual, ya que niega
(en muchas situaciones, por medio de la fuerza) la posibilidad de hacer
realidad los postulados democráticos, igualitarios y emancipatorios que suelen
esgrimirse para perpetuarlo y presentarlo como la mejor opción. En el otro extremo, quienes se oponen
obcecadamente a la transformación estructural, implícita en las demandas
populares, se hallan al margen de una correcta interpretación de la realidad
que tomara forma bajo el capitalismo globalizado en los últimos treinta años.
Por ello, ante la inutilidad de su discurso político y de sus acciones
violentas para contener la puja democratizadora de los sectores populares,
optan por plegarse a los proyectos neoimperialistas estadounidenses,
esperanzados en su eficacia para preservar el poder usufructuado. No obstante,
la presente etapa de luchas por objetivos comunes constituye un fundamento
sólido para impulsar y concretar, como debiera ser, el poder popular soberano y
tender a la edificación dinámica de un nuevo modelo civilizatorio, en simbiosis
armónica con la naturaleza y el resto de las personas.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=231145
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