domingo, 30 de octubre de 2016

"Nos hace recordar que una de las expresiones más radicales del « mandar obedeciendo » en Venezuela en los últimos años se produjo el 12 y 13 de abril de 2002, mostrando cómo los de abajo sacuden las bases de un movimiento de restauración conservadora y reinician un proceso instituyente hacia arriba".

Chavismo, crisis histórica y fin de ciclo: 
repensarnos desde el territorio
4 de enero de 2016

 

            

Por: Emiliano Terán Mantovani

Los resultados electorales del 6-D 2015 en Venezuela parecen ser el síntoma de un proceso de estancamiento y reajuste conservador que se ha estado desarrollando ante nuestros ojos. Lo que tenemos ahora es la oficialización de un nuevo escenario institucional en el cual, dos de los sectores políticos más reaccionarios de los que disputan el poder en el país – neoliberales mutantes o edulcorados, y neoliberales uribistas [1] – , y como bloque, en América Latina, se harán del control de mecanismos de decisión formal y de sectores del aparato estatal, buscando allanar el camino para la expansión de procesos de acumulación por desposesión.


Este desplazamiento político parece apuntar pues, a una estrategia de remodelación radical de toda la arquitectura progresista de la Revolución Bolivariana, amenazando más abiertamente los medios de subsistencia de la población trabajadora y a la naturaleza. Estas visibles amenazas, junto con una serie de mitos, slogans y tabúes políticos que se terminaron de romper a partir del 6-D, han estimulado un debate descarnado, plagado del ¿qué hacer? en una situación excepcional. La sensación de distanciamiento que tienen las bases sociales chavistas respecto a las cúpulas gubernamentales, junto con esta sensación de desmoronamiento y restauración conservadora, invitan, con mucha fuerza, a discutir nuevamente, todo, desde abajo.

El poder desde abajo: ¿condiciones para la configuración de un nuevo ciclo político de luchas en Venezuela?

Si algo parece que siempre se le ha reclamado al proceso político venezolano reciente, ha sido su falta de organicidad en facetas claves: no ha habido suficiente gente deseando la comuna, no se ha logrado configurar un sólido entramado cultural e ideológico para salir del rentismo y " construir el socialismo " , no se ha constituido un núcleo material productivo suficiente para darle sustento al proyecto y apuntar a la muy nombrada independencia. El proyecto ponía mucho énfasis desde arriba para lograr los grandes objetivos nacionales del socialismo. Pero tal vez convenga admitir que, en los momentos de mayor esplendor de los de abajo, sean en pequeñas o grandes expresiones (ej. 13/04/2002), la política general fue la de contención y administración de la potencia popular –que en los primeros años del proceso parecía decir ¡queremos todo!, ¡podemos con todo!

Nuestra hipótesis es que, luego del ciclo histórico de luchas populares en Venezuela entre 1935-1970, se inició otro a partir de 1987/1989, el cual podría haber culminado entre 2005/2007. La hegemonía del Petro-Estado a partir de 2004/2005 comenzó a cambiar las formas de la producción política y las movilizaciones de calle del bloque contrahegemónico se fueron corporativizando, regulando y mermando. Entre 2008/2009 (crisis económica global), pasando por 2013 (año del fallecimiento del Presidente Chávez), hasta este caótico cuasi-trienio (marzo 2013/2015), el proceso ha evolucionado del estancamiento a la entropía (como caotización sistémica). Algo parece haberse quebrado y podrían generarse las condiciones para la configuración de un muy complejo nuevo ciclo de luchas populares.

Chavismo, subjetividad y contrahegemonía en el devenir de una tormenta política

Nunca es suficiente recordar una y otra vez que toda la producción de una política progresista viene precedida, y es sostenida, de luchas concretas desde abajo – de esta forma, Chávez y la Revolución Bolivariana son paridos y recreados numerosas veces por las fuerzas sociales de calle (27-F 1989, 13-A 2002, dic-ene-feb 2002-2003, etc.) –. El futuro de la «Revolución Bolivariana», de las posibilidades de mantener políticas sociales favorables a las clases trabajadoras, de salir del rentismo petrolero, del Partido Socialista Unido, o en general de cualquier agenda de izquierdas, progresista, o de transformaciones con un horizonte emancipatorio, se constituyen, en primera instancia, por estas luchas populares.

Pero estas luchas populares desde abajo no tienen por qué ser pensadas solo en abstracto. Luego de casi 100 años de desarrollo del capitalismo petrolero en Venezuela, desde fines del siglo pasado se han producido las condiciones para la fertilización del proceso de producción de subjetividad contra-hegemónica más potente y masivo tal vez de la historia republicana del país, y esto ha ocurrido alrededor de códigos comunes que han girado en torno a un complejo proceso identitario que podemos llamar chavismo.

En otros espacios hemos planteado por qué creemos que la narrativa originaria del chavismo se fue configurando desde abajo, que el chavismo se ha constituido como una comunidad política y afectiva, y que es una identidad en disputa – y por tanto tiene facetas contradictorias – , en la cual se ha producido un progresivo desplazamiento de sus potencialidades emancipatorias y una neutralización de su fuerza expansiva contrahegemónica por parte de una trama burocrático corporativa.

A pesar de los múltiples ataques y agresiones que ha sufrido, sea por la reaccionaria oligarquía tradicional, o bien por la élite burocrática que se ha hegemonizado en el Petro-estado, el chavismo sigue siendo una fuerza viva. Y esto es así, no principalmente por sumarse más de 5 millones y medio de votos al Gran Polo Patriótico Simón Bolívar. El chavismo nunca ha sido una invención electoral, o una identidad vacía, inoculada de arriba hacia abajo, sino fundamentalmente el índice de un proceso histórico de producción de subjetividad.

La ontología del chavismo, su base fundamental, se sostiene aún, sobre dos pilares: a) una base discursiva definida – un imaginario – , esencialmente anti-neoliberal, que enarbola un ideal nacionalista-popular, de reivindicación histórica de los sectores excluidos, de justicia social. Es una construcción política literalmente progresista; y b) una potencia material –una fuerza bio-política colectiva – , desafiante, levantisca, turbulenta, ciertamente contradictoria, pero irresistible, movible, expansiva y niveladora, que se inscribe en lo que parece ser una especie de tradición histórica de lucha popular en Venezuela.

Ambos pilares de la ontología del chavismo representan la base orgánica de un largo proceso histórico de producción de subjetividad contrahegemónica, de la cual no se puede anunciar ligeramente su muerte o su “adiós”, como múltiples voceros, fundamentalmente reaccionarios y cercanos a la coalición de la MUD, lo han hecho principalmente después de la derrota electoral del 6D.

De ahí que, el chavismo popular, el contrahegemónico, el ”salvaje”, ha sido, es, y seguirá siendo el principal objetivo de la guerra permanente contra el proceso de transformaciones que se ha producido en Venezuela en las últimas dos décadas. Éste es la clave en esta partida de ajedrez, porque es el elemento vivo que podría en realidad efectuar un « golpe de timón » o detener la ola restauradora. Por esta razón, el inicio de la crisis económica global (2008+) y de la burocratización del proceso allanan el camino para una estrategia conservadora de disolver la Revolución Bolivariana, carcomiéndola por dentro, como un cuerpo canceroso –en consonancia con lo que hemos llamado la metástasis de capitalismo rentístico –, en una disputa vital que se ha estado produciendo sobre el tejido social venezolano, impactando significativamente a esa comunidad política que llamamos chavismo.

Si resaltamos que los procesos e identificaciones políticas no son en ningún modo estáticos y que numerosas transformaciones han ocurrido no sólo en el período 1989-2015, sino incluso en este caótico cuasi trienio 2013-2015, debemos destacar dos ideas que consideramos determinantes en estos tiempos de cambios e incertidumbre:

a) el agotamiento de un ciclo político histórico no supone necesariamente, o de manera lineal, el fin de un ciclo de luchas populares. Un ciclo político histórico –que se puede periodificar y delimitar geográficamente– se refiere fundamentalmente a un período en el cual predominan modos de hacer política, discursos y símbolos, regímenes de gubernamentalidad(Foucault), modalidades en la acumulación capitalista, que eventualmente empiezan a dejar de funcionar como lo habían venido haciendo, y comienzan a abrir las puertas al surgimiento de otros patrones generales de producción política – de ahí que en nuestros tiempos se haya abierto este debate sobre fin de ciclo en América Latina – . Sin embargo, un ciclo de luchas populares desde abajo, determinado por ciertos patrones de lucha, de subjetividades, marcos reivindicativos, y en especial, por su pertinencia en las transformaciones históricas – masividad, potencia, proporcionalidad en una correlación de fuerzas general – , puede atravesar estos ciclos, producirlos, o también ser producidos por estos [2] .

El agotamiento del “ciclo progresista”, no representa el final de una historia de luchas, sino la continuación de la misma bajo nuevas condiciones, determinadas por complejos factores de carácter sistémico. Esto podría también abrir un nuevo carácter de pertinencia histórica de las mismas, con nuevas modalidades, narrativas y formatos. Por esto, un posible agotamiento del período de la « Revolución Bolivariana » –como tipo de gubernamentalidad, de modalidad de acumulación de capital, de marco de movilizaciones sociales – no necesariamente supone el agotamiento del chavismo como canal de conexión de múltiples luchas desde abajo. Más bien cabría evaluar si, ante un eventual avance restaurador abiertamente neoliberal en el país, la población en general comienza a resistirla a partir, en buena medida, de los principios de la “cultura chavista” desarrollada en los últimos años.

b) La Revolución Bolivariana no podía convertirse sólo en fuerza de estabilidad, conservación e “irreversibilidad”. Las transformaciones histórico-sociales son inevitables. Además vivimos una profunda crisis civilizatoria, y podríamos estar presenciando una desestructuración histórica del sistema-mundo tal cual lo conocemos. Esto a fin de cuentas, conviene pensarlo también ante los peligros de un anclaje o esencialización respecto a una idea del chavismo. Si el neoliberalismo post-consenso de Washington ha venido mutando en sus mecanismos de acumulación, si continúan emergiendo nuevas formas de dominación y nuevos tiempos se configuran para América Latina y el Caribe, y si van cambiando las condiciones materiales de vida de numerosas personas, de la misma manera se va transformando la producción de identidades políticas. Cabría entonces evaluar cómo el proceso de emergencia de subjetividades que se ha producido en torno al chavismo se está transformando en el devenir de esta tormenta política.

También podemos preguntarnos, ¿qué posición ocupa el chavismo popular como una fuerza inherentemente contrahegemónica y aún orgánica, que potencialmente resiste al capital y a la opresión de los poderes fácticos, en la desgastada dicotomía gobierno-oposición? O bien, ¿Cómo gobierna, si lo hace? ¿Y a qué se opone, si lo hace?

Algunas coordenadas de la crisis: amenazas para los pueblos y la naturaleza

Quisiéramos destacar puntualmente algunas amenazas y tendencias que se abren o intensifican en este punto de bifurcación en el que nos encontramos:

a) Uno de los detonantes fundamentales de la actual caotización del capitalismo rentístico venezolano es sin duda la crisis económica mundial, y su persistencia en el tiempo (2008-actualidad). Sus factores causales no solo no han desaparecido, sino parecen intensificarse. Estamos ante el agotamiento de los elementos que atenuaban esta crisis reciente, y conviene analizar las perspectivas de un "estancamiento secular" – adiós al crecimiento sostenido en el largo plazo [3] –. ¿Cómo impactará a las dinámicas de acumulación y a los procesos de conflictividad interna en Venezuela una subida de las tasas de interés como la que realizó la Reserva Federal de los Estados Unidos por primera vez en una década [4] ? ¿Cómo la profunda crisis global se vincula con una eventual desestructuración del patrón energético global, tal y cómo lo conocemos? ¿Cómo se conecta esto con las perspectivas de los precios del crudo y las vías para solventar la crisis económica en el país? Como lo ha propuesto el economista Michel Husson, aunque no se sabe dónde se podría producir un punto de ruptura (¿la bolsa, la banca, la deuda, el tipo de cambio?), “la perspectiva de una nueva crisis parece casi inevitable” [5] . La pregunta clave podría ser, ¿qué forma pueden tomar los ajustes en esta nueva fase de acumulación?

b) El desarrollo de nuevos esquemas de dominación en el neoliberalismo post-consenso de Washington, supone una participación más activa del Estado en los procesos de acumulación, a diferencia del principio ortodoxo del « Estado mínimo » . No es prudente pensar que los sectores más reaccionarios que intentan una restauración conservadora en Venezuela y América Latina vayan necesariamente a desmantelarlo todo. Más bien, podrían usar parte de las estructuras y la institucionalidad construida y reconstruida en el proceso bolivariano para intentar garantizar una facilitación a la acumulación de capital y al mismo tiempo tratar de afianzar un modelo de dominación más viable.

c) La crisis de largo plazo del capitalismo rentístico (1983-ACT.), en su fase de alta caotización, ha configurado el caldo de cultivo para intentar (re)abrir un proceso de ajuste y flexibilización económica. Nuestra hipótesis es que, ante la insostenibilidad del modelo histórico de acumulación nacional, el pico de las reservas convencionales de crudo en el país y las transformaciones en los patrones de acumulación en la economía global, el proyecto de «desarrollo nacional», en cualquiera de sus versiones, apunta a un cambio importante y prolongado en la territorialidad del capitalismo rentístico venezolano, como forma de solventar la crisis del modelo y de gobernabilidad. Esto es, una significativa reorganización geoeconómica del territorio alrededor del extractivismo, teniendo como polos a la Faja del Orinoco, el Arco Minero de Guayana junto a otros enclaves mineros del país, y las importantes fuentes de gas offshore [6] . Las implicaciones de un proceso de transformaciones de este tipo, en el marco de un modelo histórico de profundas desigualdades sociales, devastación ambiental y dependencia sistémica, serían trascendentales.

d) Los factores globales y nacionales antes mencionados parecen favorecer a una intensificación de las contradicciones sociales y de la conflictividad política en el país. El « Pacto de Punto Fijo » (1958) conformó las bases materiales para una gobernabilidad a partir del auge de la economía mundial y de los precios del petróleo en la posguerra, pero sobre todo, cuando el modo de acumulación capitalista rentista petrolero todavía tenía un margen de reproducción “equilibrado”. ¿Cuál es la base material para un pacto político y social nacional basado en un modelo que no puede ya reproducir sus circuitos económicos vitales de manera sostenible?

e) Esta caotización sistémica, pero sobre todo, la guerra permanente que se ha dirigido contra las fuerzas populares para revertir el avance de los factores contrahegemónicos de la Revolución Bolivariana, han golpeado muy fuertemente al tejido social venezolano. Esta tal vez sea una de las amenazas más determinantes para el proceso de transformaciones de los últimos años, y tal vez estemos en presencia de la crisis institucional más severa de toda Suramérica (instituciones sociales, instituciones políticas formales, instituciones económicas), a lo cual es fundamental poner nuestra atención.

Repensarnos desde el territorio: la ecología política del chavismo

Una de las paradojas de la Revolución Bolivariana ha sido que, mientras se otorgaban a las luchas populares algunas banderas de reivindicación radicales, generalmente no se concretaba una territorialización del poder que posibilitara la constitución masiva del proyecto. Esto significa que las pulsiones y las energías se orientaron fundamentalmente a grandes ideales (el Socialismo del Siglo XXI), factores metafísicos y trascendentales, tiempos pasados y futuros, y a formas mediadas de poder, y muy poco a reproducir desde abajo, en el aquí y el ahora, esta radicalidad emancipatoria.

Si recordamos las luchas sociales del primer siglo republicano (de principios del siglo XIX a principios del XX), estas estaban movidas fundamentalmente por un deseo de recuperar la riqueza concreta (principalmente la tierra). Con el desarrollo del capitalismo rentístico, y con el perfil urbano que toma la territorialidad y la subjetividad del venezolano, las pulsiones de las luchas populares se han dirigido hacia la riqueza abstracta (básicamente, la renta del petróleo), y esto sigue siendo así en la actualidad.

Discutir nuevamente, todo, desde abajo, al calor del sacudón del giro electoral reciente, es una ocasión para repensar estos procesos históricos, y los ocurridos en la Revolución Bolivariana en los últimos años, y tratar de recuperar el centro de la producción política en el territorio, en la superficie. Esto de ninguna manera implica un aislamiento o abandono de las luchas a escalas nacionales o estatales, que serán trascendentales en el futuro. Más bien nos hace recordar que una de las expresiones más radicales del « mandar obedeciendo » en Venezuela en los últimos años se produjo el 12 y 13 de abril de 2002, mostrando cómo los de abajo sacuden las bases de un movimiento de restauración conservadora y reinician un proceso instituyente hacia arriba. La vuelta popular contrahegemónica a Miraflores ahora, en estos tiempos, cobra el sentido de la exigencia a que los de arriba hagan parte del planteado « golpe de timón » y que se recupere la esencia reivindicativa del proyecto.

Pero si entonces la lucha popular territorial fuese el punto de partida político de cualquier agenda, a cualquier escala geográfica, la pregunta clave parece ser cómo comenzar a reterritorializar las luchas sociales en Venezuela, que podrían estar configurándose en un nuevo ciclo histórico; cómo resignificar el chavismo originario sobre sí mismo, sobre la materialidad de sus cuerpos, de sus entornos, de sus cotidianidades.

Necesario es recuperar la centralidad de los medios de reproducción de la vida en la agenda de lucha popular – y no sólo atender a los medios de producción, como lo ha planteado Silvia Federici – . Ahí se juntan y se encuentran todos los de abajo: chavistas convencidos, chavistas desencantados, exchavistas, opositores de las clases trabajadoras, « ni-nis » de los barrios urbanos, pero también esas subjetividades un tanto más alejadas de nuestra modernidad petrolera como los pueblos indígenas, que no obstante se vieron de una u otra forma involucrados en el proceso de cambios. La subjetividad popular del chavismo nació precisamente de la negación radical que el capital – en su forma rentista – hace a las personas de sus medios de reproducción de la vida. Tal vez ahí, en primer lugar, deba reencontrarse.

No hay socialismo sin agua, no hay autonomía política ni resistencias sostenibles (resiliencia) a una restauración conservadora sin autonomía material, no hay proyecto emancipatorio sin las posibilidades de acercarnos a la gestión de la vida y el territorio. Esto es lo que hemos llamado la ecología política del chavismo contrahegemónico.

Los tiempos animan para reimpulsar agendas populares de transformación. Sobre esto propondremos para cerrar:

Ø En Venezuela básicamente en la actualidad no hay un referente ético que nutra el discurso político. Ante la metástasis de la corrupción y el descrédito que salpica los proyectos políticos, es necesario hacer un claro deslinde: ¿qué supone, por ejemplo, para las bases populares del chavismo, denunciar a una burocracia corrupta y decir ¡no en nuestro nombre!? Y luego, ¿cuál es el proyecto colectivo que surge de esta reivindicación ética?

Ø Es necesario reconocer que un proyecto de lo común en Venezuela tiene sus particularidades: no tiene, por ejemplo, los rasgos generales de las comunidades indígenas como en Bolivia, Ecuador o Guatemala, siendo en cambio fundamentalmente de perfil urbano. Son pues, formas de comunidad muy movibles, diversas, volátiles y en permanente reformulación. Estas son las bases sobre las cuales debemos partir para pensarnos desde lo común.

Ø Luchas desde abajo aisladas no tienen pertinencia histórica. En este sentido, la proliferación de redes de organizaciones populares y plataformas de movimientos sociales es vital. Hay un interesante saldo de experiencias, saberes y organización que ha dejado la Revolución Bolivariana. Tenemos demasiado para aprender unos de otros, de los de abajo, que conforman un tejido de saberes y haceres populares que representan la base material para un proyecto emancipatorio: redes de producción agrícola, producción cultural en barrios urbanos, formas de economía cooperativa y solidaria, gestiones territoriales comunitarias en las ciudades y en zonas rurales, y un largo etcétera. Esto está ahí. Ahora, ¿cómo lo convertimos en una amplia red?

Ø Una agenda mínima popular compartida ¿hacia dónde podría enfocarse?: una auditoría social de todas las cuentas de la nación, incluyendo la deuda – el pueblo no tiene por qué pagar los desfalcos de unos pocos – y la canalización de mecanismos nacionales de contraloría social de las mismas ; la democratización de la ciudad y la « revolución urbana » es una de las claves; redes interregionales de producción agrícola popular vinculadas al consumo urbano; nuevas formas de gobernanza nacional-territorial – ¿cómo fomentar la comuna en tiempos turbulentos? –; acceso y cuidado de los bienes comunes para la vida, con especial atención en el agua; sostenibilidad energética a partir de experiencias piloto (como en la propuesta de los TES en el Zulia ); salarios dignos y protección a trabajadores y trabajadoras ante la precarización laboral; auditoria social de los proyectos extractivos –principalmente en la Faja del Orinoco– y moratoria de los proyectos mineros en el país; igualdad de género y respeto a la sexo-diversidad en todas las instituciones sociales; redes sociales de promoción de saberes populares, comunes y tradicionales como plataforma de construcción de modos de vida alternativo; y redes sociales de seguridad y protección social-territorial.

Fuentes consultadas (...)
 - Emiliano Teran Mantovani es sociólogo e investigador en ciencias sociales, y hace parte de la red Oilwatch Latinoamérica

http://www.alainet.org/es/articulo/174501

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