martes, 5 de enero de 2016

Comparemos las movidas K en parques con la política de abajo hace 13 años para recordar porqué fueron vallados poderes y espacios públicos pero sobre todo para debatir tanto a la rebelión 2001-2002 como a más de una deKada.


Parque Centenario y Parque Saavedra, 
la política secuestrada
enero de 2016
Por Sergio Barrera

 

¿La cuestión es volver, pero a dónde y para qué? ¿Volveremos a reapropiarnos de la política que decide, en la que somos protagonistas o volveremos a delegar y así renunciar a la política desde abajo?

El domingo 20 de Diciembre Axel Kicillof dio una charla-acto abierta en Parque Centenario rodeado de miles de personas.
Las imágenes son impactantes para los que estuvimos allí hace 13 años, en los meses de enero y febrero posteriores a las calientes jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001.
Era un paisaje reconocible, en aquella oportunidad la Interbarrial, que no era otra cosa que la asamblea de asambleas, juntaba a miles de “vecinos”, trabajadores, estudiantes y desocupados que habían protagonizado la rebelión popular más importante desde la vuelta de la democracia.
Reconocible, pero cualitativamente distinto.
Me tomé el trabajo de mirar el video que circula en la web, en donde Kicillof tiene el monopolio de la palabra durante casi una hora y media y las imágenes no pueden ser más contrastantes.

En aquellas asambleas, nadie y menos un diputado podría haber hablado más de cinco minutos. Sencillamente porque la palabra no tenía dueño, era de todos y todos teníamos cosas que decir, los delegados teníamos mandatos de nuestras asambleas, nadie tenía la exclusividad del micrófono.

Lo mismo pasó este último domingo, hicieron otro acto en el Parque Saavedra, con los panelistas de 678, Martín Sabatella y Wado De Pedro.
Nuevamente un escenario, un panel y miles de oyentes, pasivos escuchas, que sólo salían de su pasividad con algún canto de consignas.
Esta sola imagen, esa foto, sintetiza lo que nos dejó el kirchnerismo.

Estado de asamblea
Voy a polemizar con quienes dicen que el kirchnerismo reinstaló la política.
La noche del 19 de diciembre del 2001, al menos 500.000 personas tomaron principalmente las calles de la Capital Federal y en menor medida en muchas capitales de provincias, en repudio al Estado de Sitio decretado por De La Rúa.
Al día siguiente, otros miles se enfrentaron a las fuerzas de seguridad y en las calles se abrió la crisis política y el vacío de poder que provocó la renuncia y huida en helicóptero del presidente. Fue la culminación de todo un proceso, en dónde el pueblo todo, se apropió de la política con mayúsculas e intentó por unos meses buscar una salida a la crisis.

Fueron los meses de la “auto actividad de las masas”. Los meses de asamblea, de debates y discusiones buscando una salida. Todos discutían de política, todos tomaban la palabra. Fueron meses de participación, de protagonismo, de imaginación liberadora, de audacia, de expresión artística y de búsqueda. Mientras las asambleas barriales se multiplicaban en la ciudad de Buenos Aires y en otras capitales del país, en las barriadas populares miles y miles de trabajadores desocupados fortalecían un movimiento piquetero que luchaba por el trabajo, la dignidad y el cambio social, con asambleas de base como principal herramienta de unidad y organización. Y lo mismo ocurría en centenares de empresas que, abandonadas por las patronales, eran recuperadas por sus trabajadores.
Para los medios surgió una nueva categoría, el “vecino”, el vecino que salía del individualismo y del “encierro neoliberal” de la década del ´90 y se abrazaba en el espacio público del barrio con otros vecinos. Pero todos nos reconocimos en la asamblea, los vecinos éramos en realidad docentes, trabajadores telefónicos, metalúrgicos, médicos y enfermeras, comerciantes, jubilados, estudiantes, amas de casa y desocupados.
Todos queríamos hablar, todos teníamos una teoría de lo que estaba pasando, todos teníamos una propuesta para la salida, todos intentábamos pensar por nuestros medios, cansados de delegar en “nuestros representantes”, cansados de renunciar a nuestros derechos políticos en cada votación.
Las asambleas tuvieron lo hermoso y lo caótico de lo que estaba naciendo. Había que aprender a hablar ante muchos, a ser sintético, a respetar al que está hablando, a exponer una idea.

Era una tarea ciclópea, no abandonar las calles, luchar y al mismo tiempo buscar formas político-organizativas que pudieran ir conformando una dirección colectiva, sin tutelajes, que superara las reivindicaciones políticas contra el régimen y cuestionaran el sistema capitalista de conjunto.
Y es así, que en ese momento se discutía de todo, porque todos querían discutir todo y se cuestionaba todo. Porque lo que prevalecía era la insumisión, primero contra un régimen democrático que se caía a pedazos y sus tres poderes eran cuestionados. Sólo en algunas asambleas se puso en cuestión al sistema, pero en la mayoría lo que se discutía era el régimen político. Los que se criticaba abiertamente era a los partidos políticos y la forma de democracia que había sido avasallada por los poderes económicos. Porque nos habían “secuestrado la política”. Era cosa de especialistas.

Y a la Interbarrial de Parque Centenario, se llevaban todos los debates y las propuestas para superar ese régimen putrefacto y buscar formas transicionales que nos permitieran un mayor protagonismo en las decisiones más importantes del país. El pueblo se estaba apropiando de la política, después de décadas en que se la habían secuestrado o se la presentaba empaquetada únicamente mediante la participación electoral.

Por eso en la asamblea de las asambleas, hablaban 40, 50 o 60 oradores, casi siempre no más de 3 ó 5 minutos. Era la expresión de ese fenómeno que estaba vivo, construyéndose bien desde abajo.
Eso necesitaba desbaratar la burguesía. Ese fue el servicio que prestó el kirchnerismo.
Con el diario del lunes, hoy sabemos que ese proceso estaba en sus inicios, que no pudo ni supo resolver política ni organizativamente el gran problema de articular los diferentes sectores populares en lucha y parara una alternativa que diera cuenta de lo nuevo que nacía, para superar la crisis desde y para los intereses populares. Lo que espantó a Néstor y a Cristina Kirchner y al conjunto de la burguesía, es lo que nos entusiasmó a muchos: por unos meses nos apropiamos de la política, la recuperamos mientras en las calles volteábamos los gobiernos que se sucedían día tras día y nos la querían volver a arrebatar. Es ahí que se aterrorizaron de sólo pensar que no la podrían recuperar más.
El 2001 fue mucho más que crisis, hambre y desocupación. Fue la expresión de un espíritu insumiso que -desconfiando de todos los políticos, funcionarios y jueces del sistema- intentaba cambiarlo todo, tomando las cosas y la política en sus propias manos.

La Década de la política desde arriba
Eduardo Duhalde lo dijo de entrada, “No se puede gobernar un país en estado de asamblea”. Néstor Kirchner lo reafirmo después, cuando se propuso reconstruir un país en serio, un país normal, con instituciones que funcionen. Entre ellas, el juego de la política representativa, la del art. 22 de la Constitución Nacional, en dónde “el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes”. Había que volver a votar a los partidos del sistema. Y como dijo Cristina, en uno de sus últimos discursos: “Nunca más gritemos que se vayan todos porque nos vamos a quedar todos los que estamos y todos los que somos”.

Antonio Gramsci, escribió, que la burguesía más astuta, es la que está dispuesta a dar mucho, para no perder todo. Porque la cuestión central para ella es reconstruir su hegemonía y un nuevo consenso para poder gobernar y que el sistema capitalista siga reinando. Y Néstor Kirchner lo hizo, tomando algunas banderas de la rebelión popular, cooptando por aquí y por allá organizaciones para dividir y fragmentar a los trabajadores y al campo popular.
Pero lo que no hizo – y fue una de sus promesas electorales – fue una reforma política que empoderara a ese pueblo, que, de alguna manera, había provocado la crisis política que Kirchner supo aprovechar.
Se volvió a lo conocido y peor. Mayor presidencialismo, mayor concentración de las decisiones, se volvió al monopolio de la política, de la palabra. Cristina, quizás llevó esa tendencia al paroxismo. La diatriba desde el atril, las decisiones tomadas en soledad, candidatos elegidos a dedo. El pueblo llamado a movilizarse, sólo para las grandes fiestas patrias y para alguna pelea corporativa, con algún grupo que le disputaba el poder.
Axel Kicillof, como un nuevo Rock Star, se mueve en el escenario que le armaron con comodidad. Micrófono en mano, sólo hace una pausa para que suban a saludar Mariano Recalde y Gabriela Cerruti, diputados recién electos por el espacio político que pretende seguir haciendo política desde arriba.

Él allí, desde el escenario, da clases de economía de un capitalismo bueno, humano, distributivo. Monopolio de la palabra del especialista, monopolio del decir y el hacer en la política. Vótenme, confíen en mí, deleguen en mí. No nos equivocamos y no volveremos a equivocarnos.
En la Plaza Saavedra, se planteó que esas plazas eran el fenómeno político más importante del último tiempo y se cuidaron mucho de aclarar que no era una plaza contra las estructuras políticas, contra los políticos que estaban allí presentes.
Los pasivos escuchas, cantaban de tanto en tanto “…vamos a volver, a volver, vamos a volver…”. El diálogo era como desde una tribuna en la cancha, no más que eso. Espectadores que miran un espectáculo, que escuchan el discurso de los mismos de siempre.
Detrás de ellos no hay debates ni discusión en los barrios, en las fábricas y lugares de trabajo, en los comedores ni centros culturales. No hay propuestos de recuperar la política, sólo ver como se vuelve para delegarla en quienes no supieron sacarnos del marasmo, hasta tal punto que se lo entregaron en bandeja a la nueva derecha.
¿La cuestión es volver, pero a dónde y para qué? ¿Volveremos a reapropiarnos de la política que decide, en la que somos protagonistas o volveremos a delegar y así renunciar a la política desde abajo?

La clase dominante reconstruye el régimen y las ilusiones democráticos burguesas
Visto en perspectiva, el kirchnerismo ayudó a “desactivar la bomba” del 2001.

Por eso no se pudo avanzar en una conciencia de independencia de clase, en identificar que el Estado es administrado circunstancialmente por distintas alianzas entre las clases propietarias privilegiadas. “Progresista” cuando la situación ameritó un discurso izquierdizante, para desviar la fuerza que todo lo cuestionaba, aunque aplicaba un modelo neodesarrollista surgido en los noventa y profundizado en lo que va del siglo XXI. Con Macri, se instala otro sector de la misma clase, una nueva derecha populista, donde prevalecerán las continuidades en lo económico estructural, con devaluación, ajuste y endeudamiento, para trasladar la crisis de las vacas flacas a los trabajadores y al pueblo.

Seguramente resistiremos las políticas de Macri, que pretende que una vez más la crisis la paguemos los de abajo. Nunca dejamos de luchar. Bienvenidos los que se incorporan ahora.
Lo que tenemos que pensar es si aún después de resistir y luchar, tomaremos en nuestras manos nuevamente la política en forma independiente de las clases dominantes, para así de verdad pelear por el cambio social, el cambio que cambie todo de verdad y no sea sólo un slogan de campaña.

Fuente: http://contrahegemoniaweb.com.ar/parque-centenario-y-parque-saavedra-la-politica secuestrada/#more-2521

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