lunes, 7 de diciembre de 2015

Veamos "las relaciones sociales que las personas encarnan desde los puestos de gobierno...para asumir una actitud crítica frente al Estado capitalista y el Ejecutivo, pero también para posicionarnos ante las corrientes burguesas que hasta ayer mismo estaban al mando, y hoy van a posar de 'revolucionarias', o poco menos".


El problema no son los CEO
5 de diciembre de 2015

Por Rolando Astarita
En los últimos días, en los ámbitos de la izquierda, se ha hecho hincapié en la designación de ejecutivos de grandes empresas para integrar los gobiernos nacional, de Ciudad de Buenos Aires y Provincia, de Cambiemos. “Es el gobierno de los dueños del país”, se afirma. Una  formulación que no sería mala si se la planteara como parte de una estrategia propagandística, a fin de popularizar la idea de que el gobierno de Cambiemos es un gobierno capitalista, al frente de un Estado capitalista. Pero esto no debería llevar a la idea de que se produjo un cambio cualitativo, en lo que hace al contenido de clase, o al régimen político, por el hecho de que haya CEOs como ministros.

Es que, básicamente, el carácter de clase del gobierno no se modifica a partir de que haya ejecutivos de empresas en su seno. Y tampoco desaparece por ello la autonomía relativa que caracteriza a todo gobierno capitalista (véase aquí, por ejemplo, para una caracterización del gobierno Kirchner, y algunas cuestiones de método). Por eso, la integración de un gobierno con muchos CEO tampoco hace desaparecer los problemas que son característicos de toda dominación burguesa. En particular, las que atañen a la igualdad de reglas de juego que los “capitales en general” reclaman de los funcionarios del Estado; y las que afectan a la legitimación y predominio ideológico sobre las clases subordinadas, que se despliegan sobre el telón de fondo de las fuerzas de coerción estatales.

Por eso, y lo fundamental a retener, es que, dada la relación de propiedad capitalista, las políticas gubernamentales, o de Estado, están determinadas por una compleja red de factores e influencias recíprocas –entre ellas, la situación económica, las relaciones internacionales, la relación entre las grandes clases sociales- y no por las características personales de los funcionarios a cargo. Estas últimas juegan un rol muy subordinado. Es desde esta perspectiva que decimos, por ejemplo, que un socialista, puesto a ministro en un gobierno capitalista, no es un ministro socialista, sino un ministro capitalista. Para presentar otro caso práctico: bajo el primer gobierno de Menem hubo tres ministros de Economía. El primero, Néstor Rapanelli, era alto ejecutivo del grupo Bunge y Born; los dos que vinieron después, Erman González y Domingo Cavallo, no eran ejecutivos, ni propietarios de empresas. Sin embargo, no cambió por ello el carácter capitalista de ese gobierno, ni su orientación central. Y así podríamos seguir con los ejemplos. Más aún, para la clase dominante a veces es más conveniente un cuadro político consciente de los intereses del capital “en general”, que un ejecutivo que sólo atiende a intereses sectoriales. Por ejemplo, Ernesto Sanz, el dirigente que llevó al radicalismo a Cambiemos, seguramente fue más útil en esa tarea que cualquier alto ejecutivo de una gran empresa. De todos modos, estas son cuestiones internas a la clase dominante, en las cuales los socialistas no tenemos por qué tener preferencias. Es el  terreno “de ellos”.

Recordemos también que el debate marxista clásico sobre esta cuestión se dio hace años, entre Ralph Milliband y Nicos Poulantzas. Milliband (véase, por ejemplo, El Estado en la sociedad capitalista, México, Siglo XXI, 1970) intentó demostrar el carácter capitalista del Estado a partir de las relaciones que mantienen los partidos y altos funcionarios estatales con la clase capitalista. Poulantzas (véase Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, México, Siglo XXI, 1969) criticó ese enfoque por “empirista”, y sostuvo que el carácter capitalista del Estado y del gobierno está determinado por las estructuras económicas y sociales subyacentes. No vamos a volver aquí sobre esta polémica, pero dejemos señalado que incluso Milliband nunca pretendió demostrar el carácter capitalista de un gobierno por la presencia directa, o no, de ejecutivos de empresas.

Por otra parte, y a partir de la información que está disponible y circula, cualquiera puede hacerse una idea de cómo los vínculos entre funcionarios del Estado, sean o no ejecutivos de empresas, y los capitalistas, se reproducen y profundizan de forma sistémica. Sus expresiones empíricas son variadas: funcionarios que son propietarios de empresas; ministros que vienen de ser consultores o abogados de empresas, o vuelven a estas ocupaciones cuando abandonan los cargos públicos; empresas que exigen tales o cuales medidas del Estado so pena de no invertir; sobornos y todo tipo de escandalosos negociados entre funcionarios y capitalistas, y así de seguido. Son expresiones de la misma lógica de lucro y ganancia, de enriquecimiento y explotación. Es un fenómeno independiente de que sean CEOs los ministros, o no lo sean. El sistema transpira capitalismo por todos los poros y por eso también, que haya ejecutivos de empresas (privadas o estatales) encaramados al Estado, no debiera resultar sorprendente. Es la misma sustancia, que engendra sus representantes, bajo distintos modos y formas. Y nada de esto varía, por supuesto, el régimen político; no pasamos de una democracia burguesa limitada al fascismo porque asuman algunos ejecutivos como ministros.
Tampoco altera, en alguna medida esencial, el “ajuste” contra los salarios y las condiciones de vida de los trabajadores y las masas populares que está en marcha con el gobierno K, y continuará el gobierno de Macri. Por eso es de una superficialidad exasperante encontrarse hoy con marxistas quejándose, al mejor estilo “Carta abierta”, de la “rebelión de los CEO”. Para usar las palabras de El Manifiesto Comunista, parecen escritos para instrucción y provecho de “los filántropos, los que pretenden mejorar la suerte de las clases trabajadoras, los organizadores de la beneficencia, los protectores de animales, los fundadores de las sociedades de templanza, los reformadores domésticos de toda laya”. Agrego: y para beneficio de todos los oportunistas que ahora van a venir con el llamado a “la unidad nacional contra el neoliberalismo de los CEO”.


En contraposición, es necesario anclar el análisis en las relaciones de clase. No se trata de personas, sino de las relaciones sociales que ellas encarnan desde los puestos de gobierno. Es el ABC del materialismo histórico, la base para una actitud crítica frente al Estado capitalista y el Ejecutivo, pero también para posicionarse ante las corrientes burguesas que hasta ayer mismo estaban al mando, y hoy van a posar de “revolucionarias”, o poco menos. Para estas últimas, nada más conveniente que disimular los antagonismos sociales detrás del palabrerío del “se vinieron los CEO”. Es el camino, sin salida para los explotados, de la eterna conciliación de clases.

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