domingo, 8 de noviembre de 2015

"¿Podemos intervenir de alguna manera en la elección? Aunque seguramente será una opción marginal, considero que lo mejor es votar en blanco, con la lógica de contribuir a deslegitimar a cualquiera que sea la variante ganadora, en lugar de fortalecerla".

Darío Scattolini

Hasta que se conocieron los resultados de las elecciones del pasado domingo, la caracterización del conjunto de compañeros de izquierda, organizados o independientes, era que los tres principales candidatos para las elecciones (Scioli, Macri y Massa) representaban con sus matices el plan de ajuste y represión de la clase dominante. El resultado electoral, en el que Macri quedó a dos puntos de Scioli, desató sin embargo un pánico colectivo en todo nuestro entorno.

Entiendo que sea una sorpresa el crecimiento de Macri, pero ese pánico me parece desmesurado. Creo que en lo fundamental la caracterización que teníamos hasta antes de la elección (excepto tal vez por las predicciones sobre los resultados) era correcta. No estamos entre el abismo y la salvación (y si lo estamos, no es por lo que se define en esta elección): Macri no es Hitler y Scioli no trae bajo el brazo un paquete con lo mejor de las medidas progresistas del kirchnerismo.
Me parece que el pánico desatado sólo retroalimenta esa caracterización distorsionada, que es funcional a la estrategia del sciolismo y está totalmente alejada de la realidad.
El problema con cómo se plantea la cuestión del balotaje es que se lo reduce a una oferta de candidatos, o de partidos políticos. La pregunta es simplemente “quién es mejor y quién es peor” (y la respuesta usual “no son lo mismo”), como si el futuro del país dependiera del prontuario o el programa declarado de cada uno. Esa forma de plantear la pregunta sólo puede conducir a un análisis unilateral, que pierde de vista la coyuntura económica y la correlación de fuerzas política. Ya sea por la propia situación económica o por las aspiraciones de las distintas variantes de la clase capitalista (que como trabajadores todavía no podemos contrarrestar políticamente, sino a lo sumo resistir con éxito en algunas luchas puntuales), cualquier candidato que quiera mantener una situación de normalidad capitalista (en lugar del caos que los paliativos del kirchnerismo vienen posponiendo) va a tener que aplicar un ajuste. El contexto deja muy poco margen para las diferencias entre las distintas alternativas burguesas.
Plantear la diferencia entre un candidato y otro remitiéndose a los “años dorados” del gobierno kirchnerista o a las corrientes progresistas o populares que integran el FpV omite olímpicamente la coyuntura: ni siquiera Cristina (suponiendo que haya querido) ha podido aplicar una política semejante en estas condiciones, menos podemos esperarlo de Scioli.
Los vínculos del FpV con el Papa Francisco (no menos fluidos que los del macrismo), y la presencia en el PJ de sectores tanto o más conservadores que los del PRO, tampoco auguran la posibilidad de avanzar en medidas sociales progresistas menos comprometedoras de presupuesto, como el derecho al aborto.
Es cierto que el sciolismo como fuerza política tiene una mayor base popular, y eso es ciertamente un condicionante a la hora de aplicar un plan de ajuste, o un programa conservador en general: ningún dirigente político se desprende a la ligera de su base de apoyo. Sin embargo, me parece que quedarnos sólo con esta caracterización ignora el fenómeno del transformismo con el que la clase dominante una y otra vez embaucó a los sectores populares que abrigaron esperanzas en los representantes políticos de ésta. Recordemos al propio Menem, que llegó al gobierno apoyado por gente como Abelardo Ramos, Pino Solanas y todo el peronismo en general, anunciando la Revolución Productiva y trayendo en cambio el más crudo programa neoliberal. Y para ir más lejos, el Perón que vino de la mano de Montoneros pero con la AAA bajo el brazo, o más cerca, el De la Rúa que fue vendido por lxs progresistas del FREPASO y piqueteros como D’Elía (hoy casi todos en el FpV) como la alternativa al menemismo y cuyo gobierno ya sabemos cómo terminó. Incluso concediendo que Scioli llegue al gobierno con un programa más progresivo (o menos regresivo) que el del macrismo, no podemos tener dudas de que todas las variantes de la burguesía, nacional e internacional, desde el Grupo Clarín hasta la embajada yanqui, le van a tirar un lance (y ya lo vienen haciendo de hecho). ¿Quién confía en las lealtades de Scioli, un representante nato (e incluso un integrante) de la clase capitalista? ¿Con quién le va a convenir abrazarse para aplicar su programa, gobernar con estabilidad y conservar sus cuotas de poder? ¿Qué va a sumar más a su estructura de poder, el apoyo del Movimiento Evita o el del principal grupo mediático del país? Creo que no podemos tener dudas sobre a qué sectores será más proclive a hacer concesiones.
Pero no sólo la burguesía en su conjunto acudirá de lleno al apoyo de Scioli si éste se demuestra abierto a sus condicionamientos. La experiencia de los últimos años, en los que ya se viene operando este desplazamiento del kirchnerismo hacia una política menos concesiva para los trabajadores (coronado por la candidatura de Scioli), no es muy alentadora en lo que respecta a la voluntad o la capacidad de sus corrientes progresistas de resistir este movimiento. Lo que hemos visto es adaptación, adaptación, y más adaptación. La unción de Scioli como candidato dio lugar a algunas quejas, pero ningún desprendimiento importante. Un ejemplo notorio es la candidatura de Martín Sabbatella de Nuevo Encuentro con el narco y asesino Aníbal Fernández.
La estrategia política de estos sectores, orientada centralmente al mantenimiento del control del Estado burgués y el aparato del PJ, relega al último lugar un programa de superación del neoliberalismo (por no pedirles que luchen por superar el capitalismo). Pueden alegar que se proponen conservar posiciones para volver recargados en tiempos mejores, pero históricamente el resultado de este tipo de movimiento es la adaptación, la conversión de los dirigentes de estas corrientes en el rostro humano con el que se presentan las peores políticas de la clase dominante. De todas maneras, no es necesario que seamos tan escépticos con los compañerxs: incluso si resistieran de forma decidida y honesta la “transformación” de Scioli en un símil de Macri, basta con ver el peso real que pueden tener en la estructura de poder comandada por Scioli. Es mucho más factible verlo apoyado en los gobernadores del PJ, la burocracia sindical (posiblemente unificada), y en general la estructura tradicional del PJ, que tranquilamente puede desprenderse de un día para otro de todo “lo bueno del kirchnerismo”, como bajo el gobierno de Menem se desprendieron de todas las reformas a favor de los trabajadores del peronismo.
Naturalmente, especular sobre la forma que adoptarán estos desplazamientos es en cierta medida un ejercicio de futurología, aunque el prontuario de los candidatos y las declaraciones de representantes de distintas fracciones de la burguesía no dejan de dar indicios. El punto al que quiero llegar es que cómo se resuelvan estos alineamientos es mucho más determinante para saber cómo será el futuro gobierno que estimar, bajo la típica lógica del mal menor, si el programa de Scioli es 75 % antipopular y el de Macri un 95%. Con una lectura unilateral del perfil de los candidatos y las fuerzas políticas que hoy los sostienen es posible que algunos compañeros concluyan que Scioli es el mal menor. Pero para aplicar su programa de ajuste, Scioli podrá contar con el apoyo de un PJ al que podrían retornar sectores disidentes, de la burocracia sindical peronista (que ya se muestra dispuesta a garantizar un “pacto social” y a frenar cualquier intento de resistencia obrera), y probablemente de sectores progresistas que para cuidar sus lugares en el Estado y el PJ estarán dispuestos a tolerar cualquier medida (como ya vienen haciendo con los aspectos más regresivos del kirchnerismo).
Por el contrario, si el grueso de la base social de Macri termina siendo una clase media volátil y la estructura esclerótica de la UCR, no es tan fácil concluir que su llegada al gobierno sería peor para las clases populares. Quienes apoyen a Scioli tal vez estén votando al candidato mejor capacitado para posicionarse como garante del ajuste que todas las fracciones de la clase capitalista están demandando, aunque sea Macri quien más abiertamente exprese ese programa.
No voy a entrar en el argumento contra el empleo en general de la lógica del mal menor, ya que un balotaje es tal vez por excelencia el momento más legítimo para aplicarla. Mi planteo general es que si analizamos todas las variables en juego (no combinándolas mediante un ejercicio de la fantasía, sino retomando la experiencia histórica y algunas tendencias presentes en los desarrollos actuales) no hay manera de determinar entre estas dos variantes burguesas cuál es mejor y cuál es peor. Esto no significa decir que ambas fuerzas políticas sean lo mismo, ya que por algo hay una disputa encarnizada entre ellas por quedarse con el comando del Estado: ambas representan distintas fracciones de la burguesía, y sus programas pueden tener distintos matices sobre la política que emplearán hacia el conjunto del pueblo trabajador.
Sin embargo, el núcleo central del ajuste, la devaluación, la caída de los salarios reales, el endeudamiento externo y la represión para garantizar todas estas medidas es común a ambos programas.
¿Podemos intervenir de alguna manera en la elección? Aunque seguramente será una opción marginal, considero que lo mejor es votar en blanco, con la lógica de contribuir a deslegitimar a cualquiera que sea la variante ganadora, en lugar de fortalecerla.
Es importante recalcar que la militancia a favor del voto en blanco no es sólo una militancia contra Scioli. Nuestro entorno es particularmente más proclive a votar a Scioli, y por eso he enfocado de esta manera la argumentación, pero cada uno en función de su contexto y de quiénes sean sus interlocutores dará los argumentos correspondientes. Hay miles de trabajadores y de personas con sensibilidad de izquierda que por diversos motivos se consideran en las antípodas del kirchnerismo y con ingenuidad política pueden poner expectativas en Macri, como portador del cambio o la renovación: esos son votos que también hay que dar vuelta.
Por último, los aspectos decisivos de lo que vaya a pasar con nosotros como clase no se va a resolver en las urnas el 22 de noviembre, sino en la resistencia a las políticas de ajuste a las que tanto Scioli como Macri intentarán disciplinarnos.
Que las diferencias políticas que suscite nuestra intervención en el balotaje no se conviertan entonces en un obstáculo para el desarrollo de una política de unidad en la lucha de todos los sectores que estemos dispuestos a resistir el ajuste. El frente único es lo que nos permitirá defendernos y avanzar como clase en la coyuntura que se viene.
 Militante Organización Política La Caldera

Fuente: http://contrahegemoniaweb.com.ar/scioli-mal-menor/#more-2152

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