lunes, 13 de enero de 2014

II. Seamos irreverentes e intentemos poner en discusión la convocatoria de Álvaro García Linera. Prosigamos cuestionando cómo enfoca la política en su discurso a la izquierda europea.


El IV Congreso del Partido de la Izquierda Europea (PIE) reunió 30 formaciones de izquierdas europeas en Madrid entre el 13 y el 15 de diciembre, en busca de un discurso para unificar estrategias frente a las políticas de austeridad y de sumisión de Bruselas al dictado de los mercados. Este fue el discurso del invitado Vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Álvaro García Linera. Leer 
En una interpretación de Gramsci, hecha a su conveniencia, el Vicepresidente de Bolivia sostiene: "(...) no cabe duda que necesitamos reivindicar la dimensión heroica de la política. Hegel veía la política en su dimensión heroica. Y siguiendo a Hegel supongo, Gramsci decía, que las sociedades modernas, la filosofía y un nuevo horizonte de vida, tienen que convertirse en fe, en la sociedad, o solamente puede existir como fe el interior de la sociedad. Esto significa que necesitamos reconstruir la esperanza. Que la izquierda tiene que ser la estructura organizativa, flexible, crecientemente unificada, que sea capaz de rehabilitar la esperanza en la gente. Un nuevo sentido común, una nueva fe –no en el sentido religioso del término- sino una nueva creencia generalizada por la que las personas apuestan heroicamente su tiempo, su esfuerzo, su espacio, su dedicación.
Yo saludo – lo que comentaba mi compañera, cuando nos decía, hoy nos estamos reuniendo 30 organizaciones políticas- Excelente ! Quiere decir que es posible reunirse. Que es posible de salir de los espacios estancos. La izquierda tan débil de hoy en Europa, no puede darse el lujo de distanciarse de sus compañeros. Podrá haber diferencias en 10 o 20 puntos, pero coincidimos en 100. Esos 100 que sean los puntos de acuerdo, de cercanía, de trabajo. Y guardemos los otros 20 para después. Somos demasiados débiles como para darnos el lujo de seguir en peleas de capilla y de pequeños feudos, distanciándonos del resto. Hay que asumir una lógica nuevamente gramsciana, unificar, articular, promover.
Hay que tomar el poder del Estado, hay que luchar por el Estado, pero nunca olvidemos que el Estado más que una máquina, es una relación. Más que materia es idea. El Estado es fundamentalmente idea. Y un pedazo es materia. Es materia como relaciones sociales, como fuerza, como presiones, como presupuestos, como acuerdos, como reglamentos, como leyes. Pero es fundamentalmente idea, como creencia de un orden común, de un sentido de comunidad. En el fondo la pelea por el estado, es una pelea por una nueva manera de unificarnos, por un nuevo universal. Por un tipo de universalismo que unifica voluntariamente a las personas.
Pero eso requiere entonces, haber ganado previamente las creencias. Haber derrotado a los adversarios previamente en la palabra, en el sentido común. Haber derrotado previamente las concepciones dominantes de derecha en el discurso, en la percepción del mundo, en las percepciones morales que tenemos de las cosas. Y entonces eso requiere un trabajo muy arduo. La política no es solamente una cuestión de correlación de fuerzas, capacidad de movilización. Que en su momento lo será. Es fundamentalmente convencimiento, articulación, sentido común, creencia, idea compartida, juicio y prejuicio compartido respecto al orden del mundo.(...)".Leer 
En contraste a esta invocación a la vanguardia o a liderazgos, Ana Esther Ceceña nos ayuda a concebir la adquisición por los pueblos de protagonismo autoconciente en la dirección de adueñarse del destino común. Descubrámoslo:

Sujetizando el objeto de estudio
de la subversión epistemológica como emancipación1   

Por Ana Esther Ceceña
Hablar de emancipación hoy es un signo revelador de que la vida trasmina todos los  obstáculos. Después del triunfo del supuesto fin de las utopías, que parecía  irreversible, utopías desbordadas transgreden la realidad imaginaria atisbando por las  calles, por las selvas, por los poros de las burocracias, por los suspiros atrapados en el  pensamiento colonizado, domesticado y vencido, dando nuevo sentido a las relaciones  humanas y a las palabras.  Emancipación parecía, en pleno auge del neoliberalismo, un concepto en desuso que  había quedado relegado al rincón de las nostalgias. No obstante, hoy reaparece  cobrando nuevos sentidos y abriendo nuevas –y viejas– esperanzas y, correlativamente, llamando a una sublevación del pensamiento.  La experiencia nos ha enseñado que las subversiones epistemológicas son siempre  difíciles de hacer y de asir no sólo por las barreras con que las circunda el pensamiento conservador sino porque, como corresponde, antes de ser atrapadas en los conceptos  huyen provocando nuevas subversiones. De cualquier manera, la construcción de nuevos conceptos y nuevos modos de mirar la vida es ineludible para permitirles salir  de viejos encierros. No hay subversión posible si no abarca el pensamiento, si no  inventa nuevos nombres y nuevas metodologías, si no transforma el sentido cósmico y  el sentido común que, como es evidente, se construyen en la interacción colectiva,  haciendo y rehaciendo socialidad. (…)
 
1  Ceceña, Ana Esther 2006 “Sujetizando el objeto de estudio o de la subversión epistemológica  como emancipación” en Ceceña, Ana Esther (coord) Los desafíos de las emancipaciones en un  contexto militarizado (Buenos Aires: CLACSO). Leer

En el proceso de reconocimiento y reconstrucción de socialidades, en la resistencia y la lucha hay elaboración colectiva de nuevos sentidos y politicidades. Ana Esther Ceceña lo desarrolla al terminar su artículo en el subtema:

Sentidos y prácticas de las emancipaciones
La aparición de nuevas hegemonías, o la deconstrucción de la hegemonía de un mundo  organizado hegemónicamente como única opción, pasa por la emanación de sentidos comunes no alienados, epistemológicamente distintos al sentido dominante,  provenientes de otros universos creativos. Sentidos comunes creados colectivamente –y permanentemente vueltos a crear–, madurados en el proceso de reconocimiento y reconstrucción de socialidades, en la resistencia y la lucha. La negación de sentidos  comunes producidos a través del sistema de poderes sólo se constituye como ethos  emancipatorio en el proceso de generación de nuevos sentidos y realidades, que es,  simultáneamente, el proceso de creación de nuevas politicidades.  
Una nueva politicidad y nuevos sentidos de vida, nuevas socialidades que, a pesar de ser inventadas surgen de la historia y del quehacer cotidiano, de las vivencias y visiones, de las historias heredadas, de las experimentadas y de las soñadas. Están hechas de tradiciones, de superación crítica de las historias vividas y de deseos.  Los trabajos de E. P. Thompson muestran con gran elocuencia el conflicto entre los sentidos comunes del pueblo y las medidas o políticas adoptadas por la burguesía en ascenso en Inglaterra, que aparentemente van siendo asumidas por la sociedad hasta que llega un momento de saturación o de exceso en el que la multitud rompe la dinámica, haciendo valer sus convicciones morales (su economía moral), sus tradiciones y sus rechazos.

Es un sentido colectivo con raíces múltiples, construido a lo  largo del tiempo, que lleva a la multitud a movilizarse sin necesidad de planear sus  acciones más allá de lo inmediato porque responden a un sentir compartido, con  consensos implícitos.  
La sobrevivencia en una sociedad fragmentadora y contrainsurgente, como la  capitalista, requiere de la búsqueda de solidaridades familiares, vecinales y/o  comunitarias, que permitan armar algunas corazas de protección ante la vulnerabilidad  casi absoluta a la que son arrojados los sectores populares, los sectores de  desposeídos de todo tipo. El cuidado de los hijos durante el horario de trabajo, la  defensa o escape de la represión, de los usureros o mafiosos, el lavado de la ropa, el  acopio de agua y todas esas tareas sin las que es imposible organizar la vida cotidiana  en los barrios o localidades de los dominados –o de los oprimidos pero no vencidos,  como dice Silvia Ribero–, son el terreno donde se crean o recrean las relaciones de  socialidad de la que emanan las visiones y sentidos de un mundo diferente al de los poderosos, porque crece sobre otros sedimentos y mira desde otro lado.  Con sus variantes, esto parece ser una realidad tanto en el ámbito urbano como en el  rural:  El trabajo colectivo, el pensamiento democrático, la sujeción al acuerdo de la mayoría, son  más que una tradición en zona indígena, han sido la única posibilidad de sobrevivencia, de  resistencia, de dignidad y de rebeldía (SIM, 1994: 62). Es decir, las costumbres colectivas de antaño son reproducidas no tanto por tradición y cultura sino por estrategia de sobrevivencia o, en todo caso, por ambas. No se trata de una acción planeada ni de nostalgias del pasado, sino de urgencias de un presente  difícil que sólo así ofrece salidas a la degradación o extinción.  
En este entorno de convivencia solidaria barrial o comunitaria, cuando ocurre, se  construyen formas de trabajo compartido que garantizan el día a día, pero también se  socializan problemas, rencores, visiones, creencias, esperanzas y dignidades, componentes todos del magma que contiene el sentido moral colectivo que el  capitalismo –sobre todo en sus modalidades actuales– se ha empeñado en romper y  confundir, como bien afirma la coordinadora de Defensa del Agua y de la Vida:  Después de 15 años de neoliberalismo, luego de que creíamos todos que el modelo nos  había arrebatado los valores más importantes de los seres humanos, como son la  solidaridad, la fraternidad, la confianza en uno mismo y en los demás; cuando creíamos  que ya éramos incapaces de perder el miedo, de tener la capacidad de organizarnos y de  unirnos; cuando nos han ido imponiendo con mayor fuerza la cultura a obedecer, a ser  mandados; cuando ya no creíamos en la posibilidad de ser capaces de ofrecer nuestras  vidas y morir por nuestros sueños y esperanzas, por ser escuchados, por hacer posible  que nuestra palabra sea tomada en cuenta, nuestro humilde, sencillo y laborioso pueblo  trabajador, compuesto por hombres y mujeres, niños y ancianos, demuestra al país  [Bolivia] y al mundo que esto aún es posible (CDAV, 2000).  
El pueblo –la multitud de Thompson–, se transforma en sujeto por el impulso de la  indignación cuando se pretende arrebatarle el agua. Lo mismo ocurre cuando se  quiere expulsar poblaciones de la selva, en la mayoría de los casos su último reducto,  o cuando se dispone del territorio como si no fuera parte de una historia crecida en el  tiempo que encierra todos los saberes. El pueblo se subleva, de diferentes maneras,  cuando es empujado más allá de su última frontera. Eso es lo que encontramos en las  palabras y las prácticas de las fuerzas libertarias, de los movimientos de emancipación  que se levantan en las tierras de América Latina y del mundo. Movimientos de emancipación, por cierto, que no pueden ser circunscriptos ni en lo social, ni en lo  político porque se mueven en todos los ámbitos, planteando una transformación de la totalidad que implica nuevos procedimientos y contenidos. Y los pueblos en la fase neoliberal han sido efectivamente arrojados hasta las últimas fronteras. Geográficamente se les niega la territorialidad y política o culturalmente se les borra del imaginario social. La ambición de poder absoluto que busca perseguir sin  descanso al dominado, humillarlo y aplastarlo de manera implacable e inhumana, que  intenta arrebatarle toda dignidad, que es pilar de la ideología y sentido común del  pensamiento militarista de los dominadores, se expresa elocuentemente en el  comportamiento de las tropas estadounidenses en cualquier parte del mundo –comportamiento criticado incluso por algunos asesores del Pentágono porque  contribuye a incrementar la inseguridad del ejército frente a las poblaciones  ocupadas.  

La estrategia de la guerra asimétrica que consiste en abarcarlo todo (espectro  completo) para no dejar resquicio al enemigo (Joint Chiefs of Staff, 2000) lleva la  pretensión de humillación hasta esos niveles en que desata la lucha por la  recuperación de la dignidad.  Las sublevaciones populares que podemos observar por todos lados tienen como sello  ese carácter recuperador/recreador de la dignidad y los sentidos, de las identidades;  identidades nuevas, que aunque vienen cargadas de tradiciones e historias, se están  inventando en la lucha. La mayoría de los movimientos en la actualidad encuentran su sentido en el territorio y  desde ahí se sublevan. El territorio como espacio de inteligibilidad del complejo social  en el que la historia se traza desde el inframundo hasta el cosmos y abarca todas las  dimensiones del pensamiento, la sensibilidad y la acción. Lugar donde reside la historia  que viene de lejos para ayudarnos a encontrar los caminos del horizonte. Desde ese  lugar donde la tierra adquiere forma humana y toma cuerpo en los hombres y mujeres  de maíz, los del color de la tierra, o en los hombres de mandioca, de trigo y arroz.  
Desde el territorio cultural, desde el territorio complejo (Ceceña, 2000 y 2004[b]) donde se generan las prácticas y las utopías, los sentidos de la vida y de la muerte, los tiempos y los universos de comprensión. Es ahí donde se construye la esperanza y también donde se rompen los sueños cuando no se logra mantener. Es el que alimentó  a Tupac Amaru, a Cuauhtémoc, a Emiliano Zapata, a Zumbí, a Atahualpa y a tantos  otros que forman parte de esa historia a la que no vamos a renunciar. Y es ese  territorio el que nos hizo conocer la dignidad y nos impide renunciar a ella.  Y ¿qué es un proceso emancipatorio si no la sublevación de la dignidad de los pueblos?  La dignidad que reclama la libertad de pensamiento y acción, la revaloración del pasado y la capacidad de autodeterminarse sin ningún tipo de mediación. La libertad  para nombrarse, para moverse y relacionarse, la libertad para ser.  Eso es lo que hace que los procesos insurreccionales que mueven hoy los escenarios  mundiales no puedan ser calificados de sociales o políticos como pretenden algunos  estudiosos, porque implican la disolución de todas las fronteras: son movimientos  contra todo tipo de cercos que, por lo mismo, están operando una reinvención de la  política que incorpora todos los aspectos de la vida y las relaciones sociales como  espacio de la intersubjetividad en plenitud.  Hoy que la batalla por el territorio y la autodeterminación de los pueblos tiene que ser  ganada también en el ámbito de la construcción de sentidos, donde el poder trabaja  para imponer una visión de impotencia en los dominados, la lucha nos incluye a todos.  No sirve producir un nuevo y sensato sentido común que se impone desde la  academia, la ciencia o los círculos del poder, es preciso que el sentido común se  construya colectivamente en un proceso en el que las intersubjetividades en sí  mismas, en su territorio real y simbólico, sean el principal sentido común libertario. Leer

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