martes, 23 de abril de 2013

Preguntémonos sobre la compatibilidad de la democracia con la gran concentración y transnacionalización económico territorial


Un grito de democratización con poco aire en el pecho

Por Suyai Lutz para ANRed
En las últimas semanas, el Gobierno nacional puso en la agenda la reforma del Poder Judicial y desde distintos sectores salieron a criticar y debatir el proyecto, tanto el contenido como la forma de presentación. Ahora bien, ¿de qué se trata la reforma impulsada por el Ejecutivo?
La iniciativa consiste en varios proyectos de ley que se discutieron entre el martes y jueves pasados en el Congreso. Tres de las propuestas, relacionadas con la transparencia del Poder Judicial, consiguieron el pasado miércoles la media sanción en Diputados –donde el kirchnerismo no cuenta con mayoría propia–, sin demasiadas polémicas. Estos son los proyectos de publicidad y acceso directo a las declaraciones juradas de los funcionarios (aprobado con 140 votos positivos y 101 negativos), la creación de un registro público de causas (que obtuvo 136 votos a favor y 106 en contra) y el de acceso igualitario al Poder Judicial (aprobado por 133 votos a 109), que dispone la realización de exámenes y sorteos públicos para ocupar los distintos puestos, y al cual se había opuesto el sindicato de Judiciales, dirigido por Julio Piumato, con un paro de 72 horas desde el miércoles 17 de abril.

Por otro lado, el plan de reforma judicial también implica tres proyectos de ley que sí han desencadenado un debate mayor. Uno de ellos es el que propone la creación de tres cámaras de casación: una en lo Contencioso Administrativo Federal –a la cual llegarían las causas donde el Estado nacional o sus organismos fueran parte–, una para el Trabajo y la Seguridad Social –que entendería en los reclamos de trabajadores y jubilados–, y una en lo Civil y Comercial. Esto implicaría añadir una instancia de revisión más (la tercera) de las sentencias, antes de que llegaran a la Corte Suprema. En su defensa se sostiene que esto descomprimiría de trabajo a la Corte, pero varios juristas afirman que esta reforma agravaría tanto la demora en llegar a una decisión final como los costos de los juicios. Tal es el caso del abogado constitucionalista Roberto Gargarella, quien señalo en FM La Tribu que “Si, por un lado, no se hace nada para que litigar sea menos oneroso, para que sea obligatorio tener un abogado para darle ayuda especial a los pobres y garantizar su acceso a la Justicia y, al mismo tiempo, se prologan los juicios cinco o 10 años más, ninguna persona sin recursos va a estar dispuesta a empezar siquiera un juicio con esas perspectivas”. Otro de los proyectos que generó polémicas con varios sectores de la oposición es el que establece la modificación del Consejo de la Magistratura. Este es el órgano encargado de elegir a los jueces de los tribunales inferiores y de la administración del Poder Judicial. (…)

Los proyectos que apuntan a la transparencia del Poder Judicial (publicidad de las declaraciones juradas de los funcionarios, acceso igualitario al Poder Judicial y creación del registro público de causas) son medidas progresivas; sin embargo, lejos están de abarcar en su totalidad la cuestión de la “democratización de la Justicia”. Por su parte, el proyecto de modificación del Consejo de la Magistratura, si bien no apunta a un control efectivo de la ciudadanía de las decisiones de este organismo, tiene puntos positivos, como la elección a través del voto de quienes lo componen y la incorporación de profesionales de otras áreas, lo cual otorgará una visión interdisciplinaria al Consejo. El argumento de la “independencia de la Justicia”, en tanto, resulta algo endeble: la influencia política en la Justicia se ve claramente en casos como el de Marita Verón o el reciente fallo por la causa de Mariano Ferreyra.

Los otros dos proyectos de ley implican, sí, un retroceso para los sectores populares: la creación de las Cámaras de Casación no hace más que fomentar la duración de los juicios y, en consecuencia, sus costos económicos. Por su parte, el proyecto sobre las medidas cautelares contra el Estado es regresivo, no solo porque las excepciones dejan a muchos sectores sociales sin la protección garantizada por la Constitución Nacional (como los usuarios de servicios o los trabajadores estatales, entre otros), sino además porque la posibilidad de rechazar una medida cautelar porque la misma va en contra del “interés publico” habilita un alto nivel de discrecionalidad del juez, maleable a los distintos intereses políticos de los gobiernos.

En síntesis, la reforma en tratamiento se aleja de los verdaderos problemas que los sectores populares tienen respecto a la Justicia: que es costosa en términos de tiempo y dinero, de difícil acceso y compresión, poco eficaz, etc. Una verdadera democratización implicaría un proyecto integral, cuya prioridad fuera realmente el acceso de los sectores populares a la Justicia.

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